viernes, mayo 07, 2004

El abrazo partido

Título original: “El abrazo partido”
País: Argentina-España-Italia-Francia / Año: 2004 / Duración: 1 hora y 40 minutos

“El abrazo partido” es una comedia dramática, más cómica para unos, más dramática para otros. Sea como sea, en el contexto del Nuevo Cine Argentino, que no deja de privilegiar historias de personajes marginales o de jóvenes desorientados con pretenciosas críticas sociales, finales trágicos y moralejas de vida, esto ya es una suerte de mérito.

La de Burman, si se quiere, también es la historia de un joven desorientado: Ariel (Daniel Hendler), adolescente tardío de 28 años, transita su vida sin objetivos claros y sin hacer demasiado para clarificarlos: trabaja en el negocio de lencería de su madre (Adriana Aizemberg), pero en realidad no trabaja, ayuda; abandonó la carrera de arquitectura y piensa terminarla, pero no estudia; dejó a su novia de toda la vida, pero ahora se arrepiente y mientras tanto tiene una aventura con una mujer mayor que atiende un cybercafé; quiere conseguir la nacionalidad polaca pero no para ir a Polonia, sino para probar suerte en algún otro país de Europa; es judío, pero no sabe bien por qué o para qué. Desorientado.

Este ambiente de desorientada incertidumbre se debe en parte a su situación familiar: su padre (Jorge D’Elía) abandonó a su madre, a su hermano mayor (Sergio Boris) y a él, justo después de su nacimiento, cuando se fue a Israel a pelear en la Guerra de Iom Kipur sin demasiadas explicaciones. Ariel no lo ha visto nunca y su figura es una gran incógnita presente de varias formas en su vida. Quizás su desorientación, como en “Esperando el Mesías” (la segunda película de Burman), se deba en el fondo a cierta búsqueda o a la formación de su identidad.

Si analizamos lo que venimos contando hasta ahora, la película de Burman no tiene nada de comedia. Más bien parece una de esas con diálogos existenciales de corte dramático y una moraleja final que indica que todo está perdido. Pero no.

La maestría de Burman radica en dos cosas: su talento para captar detalles muy particulares del costumbrismo argentino y, sobre todo, de la vida judía argentina; y su habilidad narrativa de contar esta historia (co-guionada por el escritor Marcelo Birmajer) con un tono permanente de comedia sin caer nunca en golpes bajos, con situaciones y diálogos cotidianamente urbanos entre personajes que se pueden encontrar en el más desinteresado paseo por el Barrio de Once, en Buenos Aires. Y, cinematográficamente, con mucho ritmo y cortes abruptos, cámara en mano y zoom, pero al mismo tiempo con una prolijidad impecable.

Pero las maravillas de Burman no se acaban aquí, ya que la historia de Ariel está enmarcada en el absurdo y real universo de una galería venida a menos, donde conviven desde siempre italianos, coreanos, judíos, peruanos, paraguayos y criollos.

“El abrazo partido” es la cuarta película de Daniel Burman. Antes vinieron “Un crisantemo estalla en Cincoesquinas”, “Esperando el Mesías” y “Todas las azafatas van al cielo”. En las tres era fácil advertir que Burman estaba en la búsqueda de su cine, de su narrativa, de su estética, de las historias que tenía para contar. “Esperando el Mesías” tuvo una buena recepción por parte de la crítica, “Todas las azafatas van al cielo” no fue bien recibida ni por la crítica ni por el público. El cine de Burman parecía pretencioso, efecto generado por el mismo mal que sufre su personaje: la desorientación producto de la mezcla de estímulos presentes en la búsqueda de su identidad, cinematográfica en este caso.

Con esta cuarta película Daniel Burman termina de definirse, combinando elementos que ya habíamos visto antes en sus otros films: historias sobre la ciudad multicultural, sobre la búsqueda de la identidad, con un sencillo humor judío que por momentos mezcla absurdo, ironía, acidez, en una película muy simple, sin demasiadas pretensiones y sin moralejas educativas.

Por último, es imposible no reconocer su trabajo en la dirección de actores y las actuaciones de todo el elenco, sobre todo la de Daniel Hendler (que no deja de perfeccionar la caracterización de cierto joven argentino que mezcla paranoias, obsesiones y un irónico humor autorreferente), la de Adriana Aizemberg (que interpreta perfectamente a una “idishe mame” sin caer en la ridiculización del estereotipo y agregándole un lado sensible sin precedentes en el cine argentino) y la de Sergio Boris (que caracteriza otro tipo de judío argentino, comerciante mayorista que alguna vez la pegó con un producto de baja calidad y vive esperando volver a hacerlo, en un lugar indefinido, muy cercano -y al mismo tiempo lejano- a la religión).

Calificación: 5 Nanitos.

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