lunes, abril 17, 2006

BAFICI 8: El descanso de los burgueses

Por Ariel Bensayag

A diferencia del Creador, elegí descansar el sexto día -que además cayó lunes y no sábado-. Después de dieciséis películas y varias crónicas sentía que estaba perdiendo la subjetividad para observar este fascinante universo, sin mencionar la capacidad de atención cinematográfica y la ya desde antes desgastada visión.

Así fue que programé una sola función para ese día: “La perrera” (Uruguay-Argentina-España-Alemania-Canadá-Francia, 2005), multitudinaria coproducción si las hay, dirigida por quien fuera el asistente de dirección de Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll en “25 watts” y “Whisky”: Manuel Nieto.

El primer largometraje de este director uruguayo transcurre mayormente en Rocha, pequeño pueblo en el que, como en todo buen exponente de este género, se práctica el chisme. Y la película comienza oportunamente con uno que no se podrá olvidar fácilmente hasta el final: entre los estancados jóvenes -y no tanto- del lugar, se dice que David fue adicto a la masturbación, al punto que tuvieron que hospitalizarlo por debilitamiento.

Nuestro protagonista tiene veinticinco años y no hace demasiado de su vida. Ha comenzado a estudiar varias carreras en Montevideo que ha abandonado con igual facilidad, y pasa sus días entre la cama (en la que lo acompaña una pequeña colección de revistas y a veces una historia de verano), el bar frente a la parada de colectivos y los cimientos de una casa que alguna vez comenzó a construirse en un terreno paterno. Esto, siempre acompañado por algún miembro de una inconstante y heterodoxa tribu integrada por un bohemio consumidor de hongos, un diarero vendedor de marihuana y varios albañiles de changa que no pueden despegarse del tinto de caja, o ni siquiera eso. Vive en la casa y con el dinero de un padre que, ausente la mayor parte del tiempo, no hace más que remarcarle su inutilidad con frustración, resignación y bastante desinterés.

Pero los días de gloria irresponsable del hijo comienzan a extinguirse cuando el padre confisca su pornografía y los apuntes de su última carrera, exigiéndole que termine de construir su casa; de lo contrario no habrá más estudio, ni casa, ni dinero.

“La perrera” fue, afortunadamente, suficiente para todo el día. No sólo resultó original su construcción, sino también su brillante mirada sobre este mundo de adolescentes errantes que transitan la frustrante imposibilidad de participar activamente en otro mundo, perdidos en la inevitable y permanente ensoñación tóxica.

Calificación: 4 Nanitos y medio.

Aproveché el tiempo libre de la tarde para participar de la primera mesa de debate del ciclo “¿Qué pasa con el Nuevo Cine Argentino?” coordinado por Andrés Di Tella y Sergio Wolf. El motivo era echar algo de luz sobre la discusión que abrieron varias revistas especializadas el año pasado respecto de la posible muerte e incluso de la total inexistencia de algo como un “Nuevo Cine Argentino”. Los panelistas de turno fueron Daniel Burman, Juan Villegas y Edgardo Cozarinsky, y Pablo Suárez ofició de crítico invitado, o muppet de balcón lateral al escenario en palabras de Di Tella.

Dejaremos las conclusiones de esta mesa y de las que seguirían martes y miércoles para otra ocasión, ya que no sólo requieren un tratamiento conjunto por la complejidad del tema, sino también por cómo se sucedieron las tensiones de una jornada a la siguiente.

Sin embargo, dada la posibilidad de que esta crónica conjunta nunca sea publicada por quien suscribe, vale la pena rescatar algunas palabras de la exposición de Daniel Burman, director de la recién estrenada “Derecho de familia”. El próspero director, refiriéndose a un texto del cuadernillo entregado para la ocasión, se quejó de las conclusiones de un autor que atribuía la muerte del fenómeno al aburguesamiento de realizadores de su talla y de la de Lucrecia Martel, entre los que recuerdo.

Burman tomó el micrófono y afirmó: -Acá esta el problema: el cine siempre ha sido un producto burgués, realizado por burgueses y para burgueses-. Justificó su pensamiento en los costos de las entradas y las obligaciones legales de la industria, para terminar preguntando: -¿De qué aburguesamiento están hablando? Si me permiten el buen uso de la palabra, siempre hemos sido burgueses. Su sentencia rebota en los recovecos de las imponentes cúpulas del Abasto, shopping.

domingo, abril 16, 2006

BAFICI 8: Maratón cinéfila

Por Ariel Benasayag

La contraindicación de hacer públicas por primera vez estas crónicas del Festival es que insumen mayor tiempo de producción y corrección que las mínimas anotaciones que desaparecen con el aire radiofónico. Se trata aquí de una regla de tres inversa: más tiempo en el teclado implica inevitablemente menos tiempo de película y, al revés, más tiempo de pantalla menos actualidad en las notas. El quinto día decidí dejar por un momento el procesador de textos de lado y darme un panzazo en este gran mar de celuloide que es el BAFICI, con descansos de no más de una hora entre película y película.

Antes de repasar cada función, no está demás aclarar al seguidor de estos comentarios que para el momento la mayoría de las impuntualidades y demás desperfectos del Festival parecían haberse corregido y no había motivos para pensar que volverían. Ciego fui al creer que los problemas de organización alguna vez desaparecen y no simplemente se transforman, que fue lo que ocurrió también en este caso.

El día comenzó con “Alma mater” (Uruguay-Canadá, 2005), grata sorpresa de Álvaro Buela. Digo “sorpresa” porque me senté en la sala sin saber quién era el director o de qué trataba la película, integrante de la Selección Oficial internacional pero extrañamente fuera de competencia. Las paranormalidades no terminaron allí.

Pamela es una ferviente creyente, suficientemente tímida y bastante mojigata. Su vida en Montevideo transcurre entre su trabajo de cajera de supermercado, la casa que habita junto a una señora de iguales ideas religiosas y la Iglesia de las Heridas de Jesús que lleva adelante un pastor brasilero de esos que pasan las noches hablando en radios ilegales. Eso y las calles y colectivos que toma para ir de un lugar a otro todos los días. Con frecuencia visita el geriátrico en el que vive su vieja madre. Más allá de la relaciones que se pueden deducir de sus actividades, la protagonista no tiene relación alguna con nadie; nadie terrenal por lo menos.

Tras la aparición de extraño de sombrero y sobretodo negro y la casual amistad con un travesti, la virgen comenzará a percibir señales místicas en sueños y delirios, que la llevarán poco a poco a saber cuál es su misión en la Tierra del Señor.

Tan particular como lo que ocurre en la película es su lugar en el cine uruguayo actual, bastante contagiado por el mejor nuevo cine argentino que, aunque siempre agradable, bastante uniforme y monotemático. Tal vez lo que más se disfruta en “Alma mater” sea su correcta realización, coherente a su temática, que se puede observar en el hecho de que en la película todas las frases cotidianas alcanzan una nueva significación, orientada por el misterioso ambiente paranormal que construye Buela.

Calificación: 4 Nanitos.

Había escuchado en las colas de prensa que “En el hoyo” (México, 2005) de Juan Carlos Rulfo (sí, se trata del hijo del maravilloso autor de “Pedro Páramo” y “El llano en llamas”), era un excelente película. Como buen seguidor de la opinión pública, hice un lugar en mi zambullida cinéfila para este documental sobre la construcción de un inmenso puente en medio de México DF. No sabía, claro, que la “contra-organización” atacaría de nuevo.

Habían pasado apenas quince minutos cuando una ráfaga de calor infernal bajó por los pasillos y se coló entre las butacas. Inmediatamente la proyección se detuvo, las luces se encendieron y desvergonzadamente se abrió paso en la sala nuestro mensajero del mal augurio de turno: -Los rollos de la película llegaron desordenados desde otro festival, así que lo que están viendo en realidad no va ahí. Vamos a suspender esta función y a reprogramarla para mañana, o pasado-.

Estamos en Comala.


-Es una película chiquita que los críticos del mundo están tratando bien, como a un cachorrito-. Estas fueron las palabras con las que el director Robert Brinkmann presentó su documental en horas de la siesta.

La postal de presentación de “Stephen Tobolowsky’s birthday party” (Estados Unidos, 2005) entusiasma: “¿Qué tienen en común Mississippi en llamas, El día de la marmota, Thelma & Louis, Memento y El ladrón de orquídeas?”

(Vamos, arriésguese. ¿Qué cree usted que es?)

¡Correcto! Stephen Tobolowsky. Un actor de papeles secundarios que ha trabajado en más de ciento cincuenta películas y programas de televisión norteamericanos (parece bastante obvio ahora que vuelven a leer el título de la película, ¿no?)

Las luces de la sala se apagan. En la pantalla aparece… ¡Slavoj Zizek!

Por un instante me alegro de que el verborrágico filósofo esloveno protagonista del documental que vi hace unos días aparezca también en esta película. Pero en el fondo se que se trata de la mismísima cinta de “Zizek!” y de una bastante cómica equivocación del proyectorista. La encargada de los subtítulos (porques ninguna de estas películas tiene subtítulos en español en la copia y entonces aparecen en carteles de puntos rojos debajo de la pantalla) corre alarmada a avisar de error.

Ahora sí, Tobolowsky. En realidad, la voz del director sobre la ciudad de Los Ángeles. Brinkmann parece sincero. Nos cuenta que conoce a al actor desde hace varios años, que siempre había querido que su amigo contara las anécdotas que él disfrutaba escuchar una y otra vez en una película suya. La oportunidad llegó en su quincuagésimo cuarto cumpleaños de Tobolowsky y el resultado es este documental en el que este simpático personaje cuenta en escenas casi sin cortes sobre el día que fue asechado por un tiburón, sobre su nominación como la persona más cool de Los Ángeles (nótese que Tobolowsky debe ser una de las personalidades menos cool del mundo entero), sobre la relación con su esposa y el nacimiento de su primer hijo. También hay anécdotas de rodaje (como cuando le toco ser descuartizado por pirañas mecánicas en un estanque) y tras bambalinas.

Tobolowsky es un buen contador de historias. Mantiene la atención de su público, entretiene y cada tanto roba una carcajada con un gesto exagerado. Casi todas sus desventuras terminan con un aprendizaje, que aquí funciona como enseñanza o moraleja. De veras se trata de una película pequeña que no puede caer mal a nadie.

En el espacio de las preguntas post-función el director nos cuenta que con el último plano -que se aleja de Tobolowsky mostrando a su íntimo público y una de las cámaras que lo registraban-, pretende transmitir que todos tenemos historias que contar. Minutos antes, un afortunado caballero se ganaba un póster de la película autografiado por el protagonista que el director prometió a quien hiciera la pregunta que rompiera el hielo. Mismo caballero que con esa sumo una nueva anécdota a su repertorio.

Calificación: 3 Nanitos y medio.

En Belzec, que junto a Sobibor y Treblinka fue uno de los primeros campos de exterminio nazi en Polonia, más de seiscientos mil judíos fueron asesinados sólo en un año. En 1943 el campo fue totalmente desmantelado y en el lugar, ubicado a escasos trescientos metros de la estación ferroviaria del pueblo de Belzec, los alemanes plantaron árboles.

Guillaume Moscovitz aprovechó las excavaciones arqueológicas -que buscaban develar la disposición exacta del campo y precisar las formas y números del genocidio- previas a la construcción de un monumento en ese lugar, como excusa para seguir sus propias huellas de lo ocurrido en ese pueblo durante la guerra.

“Belzec” (Francia, 2005) reúne las entrevistas que el director francés realiza a los habitantes del pueblo, ancianos que vivieron la masacre nazi de tan cerca que llegaron a sentir desde sus casas el olor de los cuerpos que se quemaban en el campo. Testimonios realmente valiosos de protagonistas olvidados por la historia: los habitantes del pueblo que levantaron el campo, que cocinaron el pan y administraron la llegada de los trenes a Belzec durante la ocupación alemana.

Moscovitz también registra las voces de la juventud, en su mayoría bastante indiferente a lo ocurrido en el bosque próximo al pueblo, y de los miembros de la resistencia que intentaron ayudar a las víctimas. Y aquí aparece el mayor valor de este documental: el rescate de la historia de una niña que vivió escondida de la matanza nazi en pequeño pozo durante dos años, narrada en sus propias palabras.

Calificación: 4 Nanitos.

La proyección de “Cinéfilos a la intemperie” (Argentina, 1989-2005) comenzó tarde y también dos veces por problemas técnicos. Pero el entusiasmo por ver este documental filmado en un desprolijo VHS entre 1989 y 1990 hizo que prácticamente no lo notara. Entre esos años, Carlos O. García y Alfredo Slavutzky filmaron las entrevistas del fallecido crítico Rodrigo Tarruella a algunos de los más grandes cinéfilos nacionales, sobre el estado de su pasión por esos días.

En la pequeña película desfilan críticos, realizadores y amantes, hablando de cómo se acercaron al mundo del celuloide, de lo que les causa miedo en una película y lo que les resulta obsceno, de su familia de directores fundamentales e incluso de qué es un cinéfilo, en el contexto de la muerte de los cines de barrio y el auge del video hogareño nacional.

Confesiones profundas y brillantes opiniones que en ningún momento dejan de producir cierta nostalgia y tremenda fascinación. Un recomendado, no sólo para los obsesivos y fetichistas amantes del celuloide.

Calificación: 5 Nanitos.

Es tarde y quedamos pocos en la sala de prensa. Apunto algunas ideas del día para desarrollarlas otro día. De la puerta que separa el box de las computadoras para acreditados de la oficina en la que se trabaja el equipo de prensa aparece una chica. Irrumpe en el silencio de los clicks del teclado ofreciéndonos café a los cinco o seis que quedamos. Boquiabiertos, aceptamos agradecidos. Más que por las ganas de tomar café -que igualmente siempre son suficientes-, porque estos milagros no suceden a diario por estos lugares. Balbuceamos aún con un dejo de desconfianza nuestra preferencia por los cortados.

Reviso el correo mientras disfruto del preciado brebaje. Casi hipnóticamente, olvido todos los contratiempos y disgustos del día.

sábado, abril 15, 2006

BAFICI 8: Morir en plenitud, vivir en actitud

Por Ariel Benasayag

La película más solicitada de la fecha es “Last days”, inspirada en los últimos días de vida de Kurt Cobain, la estrella “grunge” fallecida en 1994. Amantes de la música, seguidores de Gus Van Sant, fanáticos de Nirvana, público casual y prensa voraz pelean por las últimas localidades todavía disponibles. Como las entradas se pueden adquirir de forma anticipada los días previos al inicio del Festival y otras tantas están predestinadas al uso de la prensa, en ciertas ocasiones no quedan muchas a la venta para el mismísimo día de la función. Son los menos de los casos, pero como las brujas, los hay. El jueves pasó con la de Carpenter y lo mismo el año pasado con “Palindromes” de Todd Solondz que, por cierto, no se estrenó comercialmente en nuestro país (¿Pasará lo mismo con “Last days”? El sensacionalismo me resulta energizantemente divertido).

Como en cualquier evento, el fenómeno de las localidades agotadas parece estar directamente relacionado a un irrefrenable rumor de pasillo, además de la extensa trayectoria y el estilo institucionalizado del artista. Van Sant tiene de los tres y la prueba es que está agotado. Yo, nuevamente con el bronce y a pesar de la no muy feliz apreciación de algunos colegas de generaciones anteriores, tengo mi entrada para la función, a las 18:00 en Hoyts 10.

La mañana le perteneció a “Glue -historia adolescente en medio de la nada-” (Argentina-Reino Unido, 2005) de un realizador de interesante biografía, Alexis dos Santos. Nacido en Buenos Aires y mudado de niño a Zapala, pueblo próximo a Neuquén, regresó para estudiar arquitectura, actuación y luego cine. Continuó su carrera profesional en Barcelona y Londres, y con varios cortos en su haber inició la producción de su primer largometraje, que recibió los premios de apoyo al desarrollo y la postproducción del Hubert Bals Fund del Festival de Rótterdam.

“María y Juan (no se conocen y simpatizan)” y “Porno”, eran las dos únicas películas argentinas en competencia que había visto hasta el momento. La primera no distaba demasiado de lo que regularmente está produciendo el cine nacional y la segunda me terminó decepcionando. Así fue que, como buen espectador, me dispuse a disfrutar la dos Santos con sana curiosidad, no sin antes realizar el durísimo ejercicio de intentar eliminar prejuicios y expectativas que podían resultar perjudiciales.

“Glue” es una película absolutamente adolescente que recuerda por la crudeza de algunas de sus escenas a “Kids” de Larry Clark. Ambientada en la veraniega Zapala de nuestros días y filmada principalmente en video digital, no sólo tiene todos los elementos esperables en una película de esta suerte de subgénero sino que además contiene formas originales y detalles más que disfrutables, que no hacen más que engrandecerla -y con ella al Nuevo Cine Argentino, que sigue vivo y diversificándose-. Los prejuicios fueron inmediatamente descartados, las expectativas alegremente superadas.

Es que dos Santos encierra cierto tipo de adolescencia (actual y de pueblo) en casi dos horas de película sin resultar irreal, pretencioso o aburrido -aunque a veces la adolescencia por si misma parezca un poco irreal, bastante pretenciosa y algo aburrida-, demostrando su habilidad para contar lo que cuenta y representarlo apropiadamente, y tocando así los márgenes de la adolescencia toda.

Cuerpos, silencios incómodos y excitantes, deseos urgentes y desesperantes, bicis, familias disfuncionales que a pesar de todo son la familia, música fuerte en auriculares, masturbación, leche con chocolate y primeras borracheras, búsquedas e identidades, hermanos, juegos sexuales y de los otros, peinados desprolijos a la moda, intoxicación, pornografía, rebeldía y experimentación, avergonzante ortodoncia, bandas de rock, reconciliaciones, calor y bombas de agua, un amigo, tiempo, una amiga o algo así, gritos cruzados y canciones patrias a la vuelta de un campamento, asombros todavía infantiles, besos en el espejo, pensamientos propios y preguntas. Sobre todo eso, muchas preguntas.

Completan el cuadro las excelentes actuaciones de todo el elenco (sobre todo Nahuel Pérez Biscayart, que no es ya una joven promesa sino una brillante realidad) que según los créditos se trataron más bien de improvisaciones, y una banda de sonido a medida.

Calificación: 4 Nanitos y medio.

No soy un un gran admirador de la carrera de Gus Van Sant. Aún así, conozco algo de su trayectoria y puedo entender la importancia de las particularidades de su estilo y su temática fundamental: la representación del mundo de la juventud norteamericana sin una condena previa irrevocable nacida del prejuicio, o de la negación a los cambios en los valores juveniles.

Su anteúltima película, “Elephant” (2003), mostraba desde la ficción la masacre estudiantil sucedida en un colegio siguiendo las actividades de todos los personajes involucrados en la historia sin juzgarlas, sin penetrar en sus motivaciones o subrayar interpretaciones, dejando la reflexión al espectador observante.

Más allá de lo interesante que pueda sonar todo esto o de la evidente altura de las intenciones del director, la película personalmente no me satisfizo: resulta algo monótona en sus formas y lenta en su narración. Aunque algún tiempo después alguien me dijo que lo maravillosamente logrado era la sensación de vacío -en los personajes y en el espectador- que generaba Van Sant con esa lentitud y esa monotonía. No he vuelto a verla.

“Last days” (Estados Unidos, 2005) se parece bastante a “Elephant”: la cámara nos pasea por la profunda depresión que atraviesa una estrella de rock que -como en la otra, en la que no se trataba explícitamente de los alumnos de Columbine-, no es la de Kurt Cobain sino la de un tal Blake (Michael Pitt), que sin embargo remite directamente en formas y actitudes al cantante de Nirvana.

Vuelven los travellings-secuencia, que en esta oportunidad siguen al músico de espalda por los bosques que rodean su morada y las habitaciones de su vacía mansión, y también la repetición de escenas curiosamente no desde puntos de vista distintos sino con duraciones variables, que muestran los antes y los después de lo que ya vimos. Resulta nuevamente interesante el manejo de la inevitable muerte, convertida en suspenso al proporcionar al protagonista un rifle que tendrá en sus manos a lo largo de casi toda la película.

Mientras más escarbo, más parecidos con “Elephant” asoman. Las conclusiones siguen aquí a cuenta del público y la sensación final también es de monotonía y lentitud, aunque en menor grado que la anterior.

Calificación: 3 Nanitos.

Pienso en el título para la crónica de hoy. Más que las de Van Sant, en mi cabeza resuenan todavía las imágenes de “Glue”. Recuerdo al personaje de Nahuel Pérez Biscayart en la primera presentación de su banda, en un bar del pueblo. -“¡Morir en plenitud, vivir en actitud!”- grita desafinando su única canción. Kurt Cobain sonríe desde el infierno.

viernes, abril 14, 2006

BAFICI 8: Apropiarse del Festival

Por Ariel Benasayag

Aproximadamente dos días completos demora terminar de apropiarse del BAFICI. Esto es, estudiar el catálogo de las cuatrocientas películas, elegir cuáles serán las afortunadas y armar el programa de funciones para los diez días restantes. Claro que el resultado no es un cronograma rígido e inmóvil (siempre pueden surgir imprevistos del estilo “las entradas para esa función están agotadas” o “tenés que ver esa película, es “El ciudadano Kane” de nuestro tiempo”) sino más bien un boceto que nos ayuda a ver lo que queremos, sin superposiciones horarias.

Por este motivo siempre me ha parecido que existen tantos festivales como participantes del mismo, ya que difícilmente dos personas coincidan en las veinte o treinta película que alcanzarán a ver en los días que dure. Y esto explica (sólo en parte, ya que nunca podemos olvidar la variedad de gustos que el séptimo arte permite) por qué en los pasillos del Abasto se pueda escuchar en diez metros de caminata que las películas que se están proyectando son obras de arte, pequeñas pero interesantes rarezas o, lisa y llanamente, pérdidas de tiempo.

Antes de seguir avanzando sobre la construcción del Festival propio, me parece necesario mencionar que existen también otras criaturas en esta fauna: los “apropiadores espontáneos”, seres que prescindiendo de catálogos, programas de funciones y resaltadotes amarillos, van armando día a día -con mucho más vértigo y margen de error- su BAFICI. Claro que son los menos, porque tanto público cinéfilo como prensa especializada saben que aquí se trata -en buena parte- de ver la mayor cantidad posible de buenas películas que nunca volverán.

Existe un efecto colateral al ejercicio de la investigación y programación obsesiva: el inevitable agotamiento físico y mental resultante de ver cuatro películas por día, escribir o hablar de ellas dependiendo de tu especialidad, ingerir basura a las apuradas en el mismo microambiente y, en los ratos libres, pensar si no es mejor que hoy vea la nueva de Gus Van Sant y mañana la de Sri Lanka o mejor al revés así puedo ver el martes que viene la de Juan Villegas y llegar a la noche al Malba para esa que proyectan una sola vez. Todo esto, con escasa horas de sueño encima.

Mi propio BAFICI. El mismo viernes santo que naturales y turistas aprovecharon para amontonarse en un mismo centro comercial yo terminé de armar mi programa para todo el Festival, que me deparaba tres películas en competencia -la primera en la argentina y las otras dos en la internacional- para ese día.

Varios de los comediantes entrevistados en “The aristocratas” aseguraban que el público ha perdido la capacidad de asombro en relación al sexo. Antes de la proyección de “Porno” (Argentina, 2005) personalmente pensaba que documentar la realización de una película pornográfica argentina sería en cierta forma interesante; o cuanto menos divertido, si se consideraban las particulares características de esa industria en el contexto de producción de un país devaluado como el nuestro.

La película de Homero Cirelli es eso: una suerte de making-off, un “como se hizo” de una porno de bajo presupuesto en la que dos chicas realizan una selección de personal para contratar un nuevo mayordomo para su casa quinta (se me ocurre que la versión porno de “El método” se vendería como pan caliente) y otras subtramas nada interesantes, como suelen serlo las de este género. El documental está construido con una mirada humana sobre los personajes y la profesión que se pierde en otra mirada, la poética, sobre el universo en el que ocurre todo esto.

En “Porno” hay desnudos, sexo explícito y algo parecido al cine. También hay mate y asado, globos y silbatos. Un perro calentón, una mosca entrometida y otras criaturas de Dios que siguen con sus ocupaciones mientras se gesta la película. Incluso las infaltables pequeñas confesiones de la vida privada y enseñanzas acerca de cómo fornicar mejor con una oveja o una chancha. Pero a pesar de que parece no faltarle nada, la película nunca compromete y sólo atrapa en las primeras escenas; al poco tiempo se torna monótona como una porno y termina resultando tan interesante como cualquiera.

Será porque he perdido mi capacidad de asombro.

Calificación: 2 Nanitos.

Me expuse a “First on the Moon” (Rusia, 2005) en cierto estado de somnolencia: una extraña ensoñación me mantenía observando hipnóticamente la pantalla y al mismo tiempo expulsaba mi concentración a lugares lejanos, siempre derivados de las imágenes. ¿Se trata de un documental construido con imágenes de archivo? ¿O es una ficción construida como documental? ¿Es posible que todo esto haya pasado?

La película de Alexei Fedorchenko es, como la inigualable “Zelig” de Woody Allen, una ficción sobre otra época construida con realidades y fantasías en formato documental. Crónica de los primeros experimentos para viajar al espacio -aquí situados en la década del treinta-, mezcla procesos selección de pilotos ideales, espionaje cinematográfico, entrenamiento militar y construcciones secretas, despegues en el descampado y aterrizajes accidentales en Latinoamérica. Todo imposible de comprobar, todo en tensión paranoica, todo con un preciso sentido del humor.

Calificación: 3 Nanitos.

Quince minutos después comenzaba el primer largometraje de Vimukthi Jayasundara que, además de integrar la Selección Oficial Internacional, compite por el premio de Derechos Humanos.

Lo primero que llama la atención de “The forsaken land” (Sri Lanka-Francia, 2005) es la maestría de sus planos: intensas composiciones que dejan ver más allá del horizonte de esa tierra abandonada, devastada después de una guerra que sigue presente casi sin percibirse; tomas largas que dicen más que los personajes, ritmos más lentos que el progreso de sus propias vidas, todo condensado en la extraña clama tensa que habita el páramo. Tierras aisladas en las que parece que no ocurrir nada mientras todo está pasando, aunque ya no importe.

Calificación: 3 Nanitos.

He de reconocer que hoy no fue un gran día para mi propio BAFICI: la idea que da fundamento a “First on the Moon” es sin dudas lo que más pesa en la película; en “The forsaken land” lo mismo se puede decir de la intención y su correlativa realización. Sin embargo, ninguna de las dos logró atraparme en sus temáticas ni sacudirme con sus formas en mi ensoñación.

(desde que salí de la función de “Porno” siento unas incontenibles ganas de recomendar “Juegos de placer” (Boggie nights, 1997) de Paul Thomas Anderson. Se que prácticamente no tienen puntos de comparación -esta no sólo es una excelente película, sino que además se trata de una ficción sobre un lugar y un tiempo distintos: los últimos días de la pornografía cinematográfica en Los Ángeles, antes de la masiva irrupción del video- pero no pude evitarlo y decidí resolverlo con este absurdo paréntesis).

jueves, abril 13, 2006

BAFICI 8: La carrera

Por Ariel Benasayag

El ritual del BAFICI (no conozco el de otro festival) comienza todos los días alrededor de las 9:50, cuando prensa y público se aglutinan en las puertas del Abasto más cercanas a los cines, todavía cerradas. Del otro lado, agentes de seguridad del centro comercial comienzan a desfilar detrás de las transparentes puertas; paralelamente la pequeña comunidad exterior se mueve de un lado para el otro, siguiéndolos en ritmo y dirección con el más grotesco de los disimulos. El móvil es descubrir cuál de las más de diez puertas abrirán primero y, claro, estar en la primera fila cuando eso suceda.

A su vez, el doble motivo de semejante rutina es conseguir entradas para las funciones deseadas (porque las entradas para la prensa se agotan y rápido) y llegar a tiempo a la primera proyección privada, que comienza puntualmente -y esto la hace la única entre todas las de la jornada- a las 10:15.

En el exterior crecen la ansiedad y los nervios. Ya se puede observar quienes apelarán a su juventud y buen estado físico para lograr su cometido. En esta competencia de nada sirve la estrategia, ni la reputación periodística.

A dar las 10:00 uno de los agentes se aproxima a la puerta elegida y la comunidad de acurruca. Se perciben risas nerviosas, maliciosas y frustradas. Los que quedan primeros se enlistan para la gran carrera. De entre ellos, los más profesionales pierden sus miradas más allá del gigantesco shopping, en las puertas transparentes del otro lado: saber antes que nadie si los competidores que ingresan por la vereda de enfrente entrarán primero es una información indispensable para adelantar los resultados de la carrera. Los que quedan más atrás -casi fuera de competencia- se resignan a deleitarse con la estampida que se avecina.

Acción! Admirables cronistas y pelagatos de las más prestigiosas publicaciones nacionales e internacionales y otros acreditados corren como jamás lo hicieron por la fría pista de grandes baldosas grises. Muchos quedan atascados en la puerta, otros impedidos en el primer obstáculo: las escaleras. En ediciones anteriores de Festival pudo observarse a un camarógrafo de la organización registrando la imperdible corrida, tal vez para perfeccionar las características de la competencia en años posteriores, tal vez para realizar una película ganadora en otra edición del BAFICI.

A metros del final de las escaleras está el stand de las entradas, el podio. Hoy llegué tercero, hazaña que logro por primera vez seguramente porque, a diferencia de muchos otros, ya estaba al tanto del rito (muchos otros que mañana se convertirán en despiadados rivales) y todavía me quedan ganas de correr por un película.

-Hoyts 8 a las 11:00, Hoyts 10 a las 22:45 y Hoyts 11 a las 01:15-.

Bordeo la larguísima cola que se ha formado en torno al stand con mis tres entradas de bronce. Sólo me falta obtener la de una función (sólo podemos retirar tres entradas por día), que horas más tarde me hará llegar una madre revendedora que intentaba recuperar el dinero que su ausente hijo le hizo gastar.

Tres documentales. Este festival es una maravillosa oportunidad para degustar documentales de variada calaña e interesantísimas y poco frecuentes temáticas. Películas a las que por lo general no se tiene acceso en nuestro país y seguramente no se tenga nunca. Mis primeras tres elecciones de la segunda jornada fueron (más por casualidad que por planificación) tres de estos films, afines en las bases de su realización: las voces de otros.

Tras encontrar viejas filmaciones de sus padres, miembros de una organización filantrópica internacional que contribuyó al establecimiento del Estado de Israel en 1948, Elle Flanders decide viajar a ese país para observar de cerca el conflicto de Medio Oriente, a través de los ojos de dos parejas homosexuales: un plomero israelí, activista político y trabajador social por voluntad propia, y su ayudante palestino, ilegal en Jerusalem que vive de arresto en arresto; y una joven israelí de padres argentinos empleada en una organización que asiste a mujeres maltratadas, y su compañera, una enfermera palestina. La directora aprovecha las cintas del "tour filantrópico" de sus padres para comparar al Israel de los setentas con el de nuestros días, centrándose en las opiniones y acciones particulares de estos entrevistados sobre el conflicto. El feliz resultado es "Zero degrees of separation" (Canadá, 2005), su primer documental.

Las palabras más interesantes vienen principalmente de las mujeres, también activistas políticas: las ideas de que la violencia está instalada en la sociedad israelí casi sin que la misma sociedad lo note (por acostumbramiento dicen) y de que ésta no para de engendrar más violencia son las más fuertes, incluso en las imágenes. Desde el punto de vista más personal sorprende como resuelve cada una de ellas el problema de la responsabilidad y la culpa frente al conflicto en general y los permanentes choques.

Si algo puede cuestionársele a Flanders es la sensación de ingenuidad que resulta de los contrastes entre las imágenes de los setentas y las de la actualidad. Aún cuando las cintas de sus padres funcionen sólo como una excusa que da lugar al documental, su integración final tiene algo de gratuito: mientras ella viaja por Israel con entrevistados que participan de manifestaciones, que cuestionan a los soldados, que son ciudadanos israelíes y viven allí como una minoría sexual, sus padres lo hicieron en un colectivo turístico repleto de millonarios generosos venidos de América del Norte, seguramente en una visita oficial perfectamente organizada para evitar cualquier descontento.

Calificación: 3 Nanitos y medio.

"Zizek!" (Canadá, 2005) es un documental sobre las ideas del filósofo contemporáneo Slavoj Zizek -esloveno de nacionalidad, lacaniano-marxista de afiliación teórica-, la cuales no transcribiremos aquí ni siquiera a modo de introducción. No sólo porque me resulta imposible reproducirlas aunque sea esquemáticamente sino también porque en el intento seguramente arruinaría la sensación que dejan cuando fluyen de su incesante verborragia.

Durante 69 minutos acompañamos a la documentalista Astra Taylor (¡Que vivan las documentalistas canadienses, che!) en su registro de cada palabra, gesto y movimiento hiperquinéticos de este monstruo del pensamiento, en su casa, en su estudio, en la calle y en conferencias realizadas en diversas universidades del mundo (entre ellas la UBA). Zizek no para de habla sobre el amor, la filosofía, la popularidad, el cine, la izquierda, la revolución, para mencionar algunos de los temas que parecen apasionarlo.

Para quienes tengan la suerte de disfrutarlo en DVD, además de verlo repetidamente en placentero y enriquecedor debate, recomiendo la escena en que mira televisión junto a su pequeño hijo, justo antes de analizar su modelo de mundo en base a la disposición de sus juguetes. Brillante, y absolutamente loco.

Calificación: 4 Nanitos.

Ya de noche y después de un merecido descanso llegó el turno de "The aristocrats" (Estados Unidos, 2004), de Paul Provenza. Actor de papeles secundarios en cine y televisión, Provenza debuta con un documental que escarba en la obscenidad más escatológica que la comedia norteamericana haya podido pronunciar jamás.

El hecho es que en Estados Unidos existe un viejo chiste que parece ser al humor lo que el jazz a la música: una estructura básica y pura improvisación, de mejor o peor calidad, de unos poco minutos o algunas horas de duración, según el intérprete. Una simple introducción, el desarrollo improvisado y el imprescindible remate. Para comprender su magnitud, diremos que se trata de un chiste que permite a todo comediante revolcarse impunemente en la suciedad más asquerosa del ser humano y divertir incluso a su público más difícil: sus colegas.

Por "The aristocrats" desfilan los mejores de la comedia norteamericana: Jason Alexander; Hank Azaria, Drew Carey, Whoopi Goldberg, Paul Reiser Chris Rock, Robin Williams, ente los más famosos. Todos y cada uno contando el mismo chiste y haciendo gala de su más escatológica faceta, la que nunca vemos en televisión. Incluso el gordo Cartman de Southpark cuenta su versión, y Bob Saget -enternecedor protagonista de la comedia familiar "Full house"- se revela como uno de los mejores creadores de vulgaridad del país.

¿El chiste? No. Este no es el lugar apropiado para semejante sarta de barbaridades, aún cuando se trata de una obra de la más fina aristocracia.

Calificación: 4 Nanitos y medio.

Y una de terror. No es un secreto a guardar que no soy un amante de las películas de terror -ni siquiera un mero observador distante del género-. El motivo es el miedo que me produjeron estas cintas de chico, mismo miedo que conservé intacto en la adolescencia y que llevo hoy en día conmigo a donde quiera que voy. En cierto sentido, es algo paradójico el círculo en el que quedé encerrado: el objetivo de las películas de terror es entretener causando pánico; pero como personalmente prefiero no regalarme al terror, ese mismo miedo me alejó del horror y me impidió convertirme en un admirador del género.

Miedoso o no, la medianoche del jueves me encontró sentado en una sala repleta y expectante con la nueva película de John Carpenter, maestro del terror. Se trata de "Cigarette burns" (Estados Unidos, 2005), película de una hora de duración filmada en video y perteneciente a la serie "Masters of horror", hechos que señalan que se tratar de un telefilm o similar.

"El cine es magia; pero en las manos correctas es un arma" dice el difunto director de "El fin absoluto del mundo", película de una sola y trágica exhibición en la que los espectadores despertaron a la más sangrienta de las violencias que el séptimo arte ha visto. Un millonario coleccionista contrata a un endeudado dueño de una sala de cine para que le consiga la única copia del film.

Personalmente me fascina cuando el cine habla de sí mismo y simultáneamente nos muestra ese diálogo en imágenes. Aquí Carpenter lo hace en una excelente película que tiene terror y vísceras (intestinos en realidad).

Me la pasé agarrado a la butaca. Y a la manija de la puerta del taxi, a la pared del ascensor y la cabecera de la cama. ¿Gracias?


Calificación: 3 Nanitos y medio.

miércoles, abril 12, 2006

BAFICI 8: (maldito) Primer día

Por Ariel Benasayag

- Hola, vengo a retirar la credencial de prensa.
- ¿Nombre?
- Ariel Benasayag, con be larga.


El responsable de la oficina prensa pasea sus ojos acompañados por un marcador por página y más páginas repletas de nombres, algunos resaltados en amarillo y otros en rosa -ojalá no me toque ser rosa-. Al mismo tiempo, una chica sentada a su lado (su ayudante, su amante, una compañera de trabajo que conoció esta misma mañana) busca mi credencial en una suerte de fichero artesanal de cartón corrugado, dividido por letras.
- Mmm... figurás como que ya te la entregaron.

No respondo inmediatamente -en realidad, no se qué decir-, debe tratarse de un error. Un error... a menos que alguien esté haciéndose pasar por mí. Alguien que, alertado sobre el paro de subterráneos que colapsa en este momento la ciudad, indujo que un provinciano de mi calaña quedaría atrapado en el confuso y nervioso tráfico tan propio del cemento porteño, hoy potenciado. El hecho es que, decidido a llegar a mi destino andando bajo tierra, no supe hacia adónde correr correr cuando pise la gran urbe -porque acá no se ven montañas que señalen el oeste-. Alguien que no conzco, o tal vez sí, es ahora yo en el Festival; y yo no puedo ser yo porque él tiene mi credencial. Maldito, sabía que me vería obligado a tomar desconocidos colectivos repletos de gente, que se deberían abrir lugar en calles saturadas de taxistas oportunistas. El empleado me mira, como esperando mi confesión. Estoy a punto de explotar, de reconocerme en un dejá-vù permanente digno de cualquier club de pelea que me empuja día y noche a buscar credenciales siendo otro.

-Acá está-, dice amablemente la chica. Los dos la miramos, como agradeciéndole la resolución sin conflictos. Y sí, es mi credencial. El empleado de prensa parece no poder explicarse lo ocurrido y revisa perplejo las hojas siguientes, como si en los apellidos con efe o eme estuviera la respuesta de esta marcación gratuita a la que me han sometido en lo que debería haber sido una calurosa bienvenida.

Procede a darme algunas indicaciones que apenas escucho. Eso sí, antes de abandonar la sala les pregunto acerca del catálogo de películas del Festival (un manual escolar de más de cuatrocientas páginas en el que se reseñan brevemente las 400 o 450 películas -el número varía según la fuente- que se podrán ver en estos escasísimos trece días). -No-, me responde, antes de que termine mi pregunta. -Nooo...?-, repregunto. -No, no lo regalamos-. -Ah... no, ya se que no regalan... (vine por primera vez a este maravilloso evento hace dos años, volví el pasado y en ninguna de las dos oportunidades vi semejante actitud por parte de la organización; pero se de buena fuente que no es un mito eso de que en las primera ediciones del BAFICI era una suerte obsequio, un souvenir que acompañaba la credencial de prensa) ...dónde puedo comprarlo?-. -Abajo, en el stand del Festival-.-Muchas gracias-.

Catálogo en mano (y postales promocionales de películas, apuntes para una conferencia sobre el "Nuevo Cine Argentino", horarios de funciones especiales, instrucciones de uso de la credencial y dos programas del Festival) vuelvo a subir las doradas escaleras que llevan a los dominios de la prensa, esta vez en busca de entradas.

Maldita organización. Ya son las 12:00 y en quince minutos comienza la función de prensa de "María y Juan (no se conocen y simpatizan)" (Argentina, 2005) de David Bisbano, que participa en la Competencia Argentina. Sigo en el stand de prensa, intentando elegir las películas para la tarde.

El primer día de Festival no suele ser un día muy feliz para nadie. Para el público y la prensa la información sobre las películas y las proyecciones resulta abrumadora; para los organizadores la mismísima organización parece fugarse permanentemente de sus manos. Mientras tanto, uno se pregunta dónde está todo ese glamour que promete desde el nombre este tipo de eventos. Buscó entre las películas disponibles y al mismo tiempo ojeo en el catálogo de qué tratan, de dónde son, quién las hizo. No me detengo en el "cuándo", detalle que me deparará una sorpresa horas más tarde. Elijo y corro. Llego a la puerta de los cines y respiro: hay cola para las tres funciones que comienzan en ese momento.

La cola es algo muy frecuente en Buenos Aires (me veo tentado de bromear acerca de alguna vedette en la tapa cualquier revista). Sin ir más lejos, la que estoy haciendo es la cuarta del día. Las dos primeras fueron para tomar colectivos y la tercera hace un momento en el stand de entradas. Ya han pasado las 12:15 y seguimos ahí, la prensa más impaciente comienza a perder la calma y quejarse por la demora. Nadie, nadie, puede dar respuestas; hecho que se repetirá a lo largo de todo el día. Finalmente subimos al segundo piso, pero sólo para hacer otra cola, esta vez de diez minutos.

Pero toda esta burocracia tiene una explicación. Una vez instalados en las butacas de la sala, el tal vez más apático de los empleados del BAFICI nos comunica que algo anda mal con el proyector y que la película se verá "con colores distintos a los que eligió el director" y que "los cielos son azules".

Aún así, "María y Juan" se deja ver. Bisbano se inspiró en la idea con la que comienza todo ejemplo de guión cinematográfico de taller: "María y Juan se conocen y simpatizan" y la suya, como esta, es una historia simple. Los protagonistas se conocen a través de internet y comienzan a construir su relación en el ciberespacio. Hasta que un día se animan y se dan cita en el microcentro porteño, entrada la noche. A partir de aquí se suceden todo tipo de desencuentros, generando en el espectador cierta sensación de expectante suspenso.

A pesar de contar con actuaciones no siempre convincentes (sobre todo la de Pablito, el amigo de Juan) y algunas elecciones estéticas cuestionables (los planos subjetivos de los personajes están realizados en video y en un tamaño de pantalla menor al del resto de la película), la película de Bisbano atrapa de forma extraña y va ganando el interés total del espectador. Esto, hasta que quince minutos antes del final se corte la proyección, aparezca el mismo empleado y, con un desinterés superlativo y sin levantar la cabeza, anuncia que a la organización del Festival le parece una falta de respecto proyectar la películas de esa forma. ¿Por qué no lo hizo una hora antes? Lo mismo gritaban algunos cronistas y tragábamos encolerizados los demás.

Una calificación resultaría imprudente.

Malditos latinos. Mi primera elección para la tarde fue "La muralla verde" (nuevamente tentado por el chiste fácil, esquivo un chascarrillo sobre Marciano Cantero y su banda), película peruana de créditos anglosajones, realizada en 1969. La elección se basó en mi deuda pendiente con gran parte del cine latinoamericano (nunca antes había visto una película peruana); y en este sentido, la categoría a la que pertenece la película de Armando Robles Godoy -"Malditos latinos"-, prometía bastante.

Pero claro, no caí en la cuenta de que se trataba de un estrenos de hace treinta y siete años hasta que ya era tarde. No tengo nada en contra de estos rescates que organiza el Festival, que nos trae películas del pasado que nunca se estrenaron par aquí y que seguramente nunca podremos volver a ver, pero he de reconocer que no me encontraba en mi mejor humor cuando empezó (nada peor que enfrentarse a una película sin predisposición: espectador y película no hacen más que perder tiempo y energía), y las características de la cinta no contribuyeron a mejorármelo.

En "La muralla verde" hay diálogos en off con un irreal efecto de cámara incluso cuando vemos moverse los labios de los personajes, aceleraciones y desaceleraciones de la cinta posiblemente fruto de la transcodificación de fílmico a magnético, y desprolijos y esporádicos inserts que se suman a los anteriores como otro elemento para reflexionar (mientras la películas avanza, claro) acerca de si se trata de caprichos estéticos del director, limitaciones tecnológico-financieras de la producción o del mejor trabajo del proyectorista del pueblito agrestiano de "El viento se llevó lo que".

La historia, contada en flashback, es la una joven familia (Mario, Delba y su hijo Rómulo, de 10 años) que se instalan en medio de la selva peruana por propia voluntad, escapando a la migración masiva que se dirige hacia Lima y en concordancia con la política de poblar aquellas incomunicadas tierras. Un argumento prometedor, que logra sus picos dramáticos en la constante lucha burocrática de Mario por conseguir la escritura de la tierra (un trámite que demora años a pesar del incentivo gubernamental al doblamiento, que no hacen más que subrayar una vez más la hipocresía y el desinterés de los gobernantes de turno latinoamericanos) y en las características y consecuencias del aislamiento. Conmueve también la marcha fúnebre en canoa de los vecinos del río, cuando la tragedia cae sobre la familia.

Horas después y de mejor humor, repasando mis notas, "La muralla verde" se ve mejor que cuando se proyecta. Tal vez tenga algo que ver con esto el paso del tiempo, que parece perdonarlo todo; incluso que se detenga la cinta a minutos del final -entonces me sentía condenado-, retroceda cinco minutos y los repita para llegar esta vez sí a una conclusión.

Calificación: 2 Nanitos. Claro que puede gustar más después de tomar un submarino en algún bar peruano, donde el famoso brebaje ya no es leche caliente con chocolate sino un pequeño vasito del mejor pisco local sumergido en un chopp de cerveza.

Maldita globalización. Sin un gran intervalo pero con expectativas me adentré en la tercer película de mi primera jornada cinéfila: más temprano había escuchado a alguien comentarle a alguien que el documental "John y Jane" (India, 2004) de Ashim Ahluwalia estaba muy bueno; dato más que alentador para el día que nos estaba tocando.

Integrante de la selección de películas de la categoría "Paraísos perdidos" y en competencia por el premio de Derechos Humanos, esta película se inmiscuye en la vida de los trabajadores de "call centres" hindúes, que ofrecen promociones y venden productos absurdos (¿los hay de otro tipo para este comercio?) a ciudadanos norteamericanos, que viven en Estados Unidos, a miles de kilómetros y con diferencia horaria.
No se trata de un análisis macroeconómico sobre la conveniencia de la instalación de estas empresas norteamericanas en países del tercer mundo (y en Argentina sabemos bastante de esto), ni tampoco de un manifiesto en contra de la explotación a base de sordera y stress que sufren estos telefonistas (y volvemos a saber bastante en este campo también). Es, en cambio, un documental -de excelente realización- que intercala imágenes y diálogos telefónicos de boxes con entrevistas a los empleados de cualquier call center, para mostrarnos una realidad asombrosa: la pérdida, o la sustitución de la identidad de estos trabajadores.

Aquí el call center se revela como una familia, como un lugar para hacer los únicos amigos, como una suerte de secta religiosa y una ideología que estructura la forma de ver y soñar el mundo. Quizás suene a demasiado, pero esto es lo que se ve y se siente al escuchar a estos empleados aleccionados no sólo en una perfecta lengua anglosajona y en técnicas de ventas, sino también en los "deseables para todos" valores norteamericanos y en el deseo irrefrenable de alcanzar el éxito y la felicidad a través del dinero.

Entristece ver a estos hindúes ciegos de su país y de su pueblo que dan la espalada para siempre a su cultura (incluso a su lengua materna), encandilados por el "american way of life" de John y June, estereotipos del norteamericano medio, felices consumidores de porquería.

Calificación: 4 Nanitos.

Ahora escribo; rápidamente, para no olvidar lo visto y lo sentido. Detrás, en la ya casi vacía sala de prensa, un posible periodista que se dice actor de una película nacional se abalanza sobre una colega oriunda de país de Europa Oriental, intentando arrastrarla a la función de su película, ofreciéndole entrevistas con el director y demás espejitos de colores.


lunes, abril 03, 2006

Tierra fría

Título original: “North Country”
País: Estados Unidos / Año: 2005 / Duración: 2 horas 6 minutos
Dirección: Niki Caro / Guión: Michael Seitzman / Basado en la el libro: “Class action: The story of Lois Jensen and the landmark case that changed sexual harassment law” de Clara Bingham
Intérpretes: Charlize Theron, Frances McDormand, Sean Bean, Woody Harrelson, Jeremy Renner, Richard Jenkins, Sissy Spacek

Por Ariel Benasayag

Atravesando vísceras. La nueva película de la directora neozelandesa Niki Caro (“Jinete de ballenas”, 2002), la primera que realiza para un estudio de Hollywood, se ocupa viseralmente de la igualdad de los derechos de la mujer y la protección de los mismos en las grandes empresas. Aquí la palabra clave es “viseralmente”, porque Caro no sólo nos cuenta maravillosamente una historia más que dramática sino que nos hace sentir que los personajes, sus palabras y sus acciones nos atraviesan las vísceras una y otra vez, calándonos cada vez más profundo.

Basándose en un libro sobre el concepto legal de “demanda colectiva” (varios querellantes presentan la misma demanda ante una corte, constituyéndose en un grupo de presión mucho más fuerte y eficiente que si lo hiciesen individualmente) en el que se describe su primera utilización en un caso de abuso sexual y psicológico, Caro trae la historia -ficticia, aunque inspirada en hechos reales- de Josey Aimes (Charlize Theron), trabajadora de las minas de hierro de Minnesota.

La vida trágica. “Tierra fría” está narrada en tres tiempos: el pasado adolescente de la protagonista, el futuro en las cortes de Minnesota (ambos rescatados en brevísimos flash-backs y flash-forwards) y el presente, 1989, que es el tiempo-conductor de la historia.

Víctima de los golpes de su marido, Josey decide escapar de los abusos domésticos con su hijo adolescente y su pequeña hija a su tierra natal, el “País del Norte” que da el título a la película, la nevada Minnesota. Allí viven su madre (Sissy Spacek), ama de casa en una sociedad machista, y su padre (Richard Jenkins), minero frío, inmutable y severo, siempre avergonzado de su hija.

Al poco tiempo Josey retoma el contacto con viejas amistades (Frances McDormand, Sean Bean) que le consiguen trabajo en las minas de hierro; dinero con el cual comienza a reorganizar su vida y la de sus hijos. Pero el ambiente laboral no resulta propicio para ella ni para ninguna de las demás trabajadoras que, a pesar de sumar una de cada treinta mineros, no son bien recibidas por los supervisores ni por los compañeros de trabajo, en su mayoría vulgares abusadores que pasan sus días tratando de expulsar a las féminas a base de humillaciones de toda clase.

Sin embargo la mina que da de comer a este pueblo es la única posibilidad de Josey de mantener a su familia dignamente, y lo mismo ocurre con sus compañeras de trabajo, por lo que las mujeres se verán en la permanente encrucijada de callar los abusos para cuidar sus puestos.

La clave actoral. A la perfecta narración que logra Caro con su dirección, y a la excelente musicalización a cargo de la todavía no oscarizada guitarra de Gustavo Santaolalla y de pegadizas canciones del viejo Bob Dylan, se suman las impecables actuaciones de todo el reparto, como hacía mucho no disfrutaba.

Charlize Theron sorprende adentrándose nuevamente en lo profundo de su personaje (recordemos su personajes en “Monster”, que ganó el Oscar en el 2003) y lo mismo cabe a Frances McDormand, en la que es seguramente una de las mejores actuaciones de su carrera. Por último, vale la pena dedicar por lo menos un renglón al personaje de Richard Jenkins, definitivamente uno de los más ricos de la película.

Y la calificación es… Si ya es de por sí difícil comentar una película con una objetividad que resulte aceptable para el lector –aunque se trate de una ilusión del público construida sobre una fantasía científica imposible-, calificar un drama de este tipo para la rápida sentencia del mismo lo es tanto que resulta imprudente contar estrellas.

El hecho es que “Tierra fría” pertenece a esos dramas que es prácticamente imposible esquivar, a menos que uno se siente frente a la pantalla de espaldas, evitando dejarse atravesar por personajes humanísimos y diálogos y acciones reveladoras. Quienes miran películas con la nuca pueden acusar a la narración de Caro de apelar a la maestría milimétrica para generar sensaciones y desarrollarlas lentamente en emociones cada vez más profundas hasta hacerlas explotar de forma perfecta.

Para quienes intentamos a pesar de la rutina seguir viendo al cine de frente, el drama será inevitable. Habrán situaciones que saben a forzadas y escenas conmovedoras que ya nos han hecho llorar, pero a pesar de esto y también está, el resultado integral de este único golpe bajo de más de dos horas será en todos los casos efectivo.

Clasificación: 4 Nanitos.


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