La mujer sin cabeza
País: Argentina-Francia-Italia-España / Año: 2008 / Duración: 1 hora 27 minutos.
Dirección: Lucrecia Martel / Guión: Lucrecia Martel.
Intérpretes: María Onetto (Verónica), Claudia Cantero (Josefina), César Bordón (Marcos), Daniel Genoud (Juan Manuel), Guillermo Arengo (Marcelo), Inés Efrón (Candita).
Cine de suspenso. Lucrecia Martel es la más importante entre los directores que nos regalaron el Nuevo Cine Argentino; lo es, al menos dentro del mundillo del cine independiente (y no tanto) internacional: No hay mejor ejemplo de esto que su participación como jurado en los festivales de Venecia (2008, presidido por Win Wenders), Sundance (2008, presidido por Quentin Tarantino), Cannes (2006, presidido por Wong Kar Wai) y Berlín (2002, presidido por Mira fair, menos renombrada que los anteriores).
Pero, ¿quién es la argentina más importante del mundo del cine? A modo de brevísima -y probablemente injusta- biografía, diremos que Lucrecia Martel nació en Salta, en 1966 (al 2008, la cuenta da 42 años). Se mudó a Buenos Aires para estudiar Ciencias de la Comunicación pero abandonó la carrera para convertirse en cineasta. Estudió en el (aunque corresponde “la”) ENERC (Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica) y dirigió varios cortometrajes: “El 56” (1988), “Piso 24” (1989), “Besos rojos” (1991). Con el cuarto, “Rey muerto” (1995), participó de las ya legendarias “Historias breves”. Ese mismo año dirigió “Magazine for fai” en televisión, y en 1999 el telefilm “Las dependencias”. Con su primer largometraje, “La Ciénaga” (2001), ganó el premio a la Mejor Ópera Prima en el Festival de Berlín, lo que equivale a entrar por la puerta grande. En 2004 dirigió “La niña santa”, que participó de la competencia oficial en el festival de Cannes. Y aquí estamos.
Sin embargo, este curriculum de Martel poco y nada nos dice de su cine; no dice que es muy reconocido, pero no por qué. Quizás la más ilustrativa presentación de la “experiencia Martel” sea una anécdota que me contó al pasar un empleado del pochocho del multicine que frecuento: “El otro día, un hombre se fue a quejar al “box” (la tradicional “boletería”) diciendo que éramos (si el verbo no demuestra identidad institucional, tal cosa no existe dentro de una empresa) unos ladrones”. Estábamos hablando de “La mujer sin cabeza”, por lo que inmediatamente deduje que se refería a que -como sus anteriores películas-, la nueva obra de la salteña figuraba en los diarios con la calificación de cinco estrellitas: el hombre adjudicó esta estafa a las salas de cine, o quizás se quejaba porque no le advirtieron acerca de la película cuando compró su asiento.
No sé cómo terminó la historia, pero me interesa hacer notar ciertas situaciones que se repiten una y otra vez (en total tres veces) con las películas de Martel: los críticos las elogian; el público no lee esas críticas; el público sí observa la cantidad de estrellitas con las que las califican (que siempre son el máximo posible); el público va al cine esperando ver de nuevo “Nueve reinas”; el público se enoja: con el multicine, con el diario, con la crítica y, aún peor que todas las furias anteriores, con el cine argentino. Y es entonces cuando vuelve el inevitable e insoportablemente prejuicioso (¿o juicioso?) comentario: “Yo no veo cine argentino” (recuerdo al lector que comienza a hablar de mi familia entre dientes que soy un gran admirador de estos directores nacionales, del Nuevo Cine, y que gusto y disfruto enormemente de sus películas).
¿Por qué se enojó el señor con la película y el mundo? ¿Por qué pensó que era necesario que le advirtieran acerca ella? ¿Por qué se considera estafado? Recién aquí podemos dejar los rituales cinematográficos que envuelven el cine de Martel (los festivales, la crítica) y hablar realmente de lo que ocurre en sus películas, de su particular estilo que, sin dudas, estampa la marca del autor.
Lucrecia Martel hace cine de suspenso. Silencio. Creo sentir la sangre inundando la vena de la frente del señor enojado. Embutido. Hace cine de suspenso pero con un lenguaje muy distinto al que nos tiene acostumbrados (actualmente por saturación) la Industria, Hollywood. Tanto “La ciénaga” como “La niña santa” y ahora también “La mujer sin cabeza” podrían ser definidas como películas en las que no pasa nada, películas que nunca terminan de empezar y terminan abruptamente sin un desenlace porque en realidad la historia nunca empezó. Pero, no es así: hay historias, pasan cosas, contadas todas en una realidad que pende de un hilo.
El suspenso de Martel no es tan evidente como el que tan bien describe Hitchcock en aquel texto: no vemos una bomba con un reloj que cuanta regresivamente cinco minutos debajo de la mesa en la que conversan despreocupadamente los dos protagonistas. No se trata de un suspenso explícito. Pero está ahí: es un suspenso cotidiano, un suspenso que no se resuelve nunca porque nunca termina de definirse, una sensación de suspenso que acompaña toda la película y nos recuerda la fragilidad de la existencia humana sobre la tierra.
No recuerdo “La ciénaga” como para nombrar ejemplos que ahí aparecen, pero pensemos en algunas escenas de “La niña santa”: las adolescentes corren por un bosque mientras unos cazadores disparan armas de fuego, un niño pequeño trepa una escalera mientras Mercedes Morán repite que baje sin dejar de ocuparse de otras cosas. En ambos casos, ni los encuadres, ni el montaje, ni el ritmo, ni la música (¿acaso la hay?) pretenden mostrar, generar suspenso, al menos no como estamos acostumbrados. El suspenso de Martel es el suspenso implícito de nuestra cotidianeidad: el que está pero es casi imperceptible y nunca tan intenso como conversar sobre una bomba a punto de estallar; aunque se trata de un suspenso que al final puede resultar tremendamente insignificante (porque no se resuelve, porque tal vez no existe) o igualmente trágico (pero sin explosiones).
La vencida. La obra que nos convoca, como las anteriores, está ambientada en la a veces paranormal y siempre pegajosa realidad norteña. En este caso se trata de personajes de clase media, profesionales bien parados que habitan algún pueblo. Verónica ha cumplido los cincuenta y tantos, es odontóloga, casada, tiene una hija que estudia en Tucumán, una aventura de hotel y una cadena de familiares y amigos (algunos “influyentes”) que la quieren.
¿Cuándo empieza el suspenso? En la primera escena: tres chicos corren por el campo, cruzan la ruta, saltan a un gran canal seco, trepan. Verónica conversa con su hermana, sube a su camioneta, maneja. Suena el celular y lo atiende. Y no pasa nada. Y atropella algo. Frena. Transpira. No se baja. Arranca. Maneja. Llueve. Torrencialmente.
Verónica no sabe si atropelló a una persona o a un perro. Los espectadores tampoco estamos seguros (de hecho, yo creí ver un ovejero alemán entre el polvo que levantó la camioneta alejándose, pero poco después su duda era también mía). Mientras dura la incertidumbre, la vida sigue. Y sigue el suspenso en dosis más reducidas: contagio de hepatitis, incesto vivido con naturalidad. Parece que no pasara nada porque lo personajes siguen viviendo. La vida no se detiene.
Si uno sabe qué buscar en las películas de Martel puede encontrar un universo maravillosamente delimitado y muy interesante. Personalmente, tuve la suerte de encontrarlo y disfrutarlo en “La niña santa”. Lo reconocí en la primera escena de “La mujer sin cabeza”; pero después la película siguió y no encontré mucho más. En mi opinión (¿cuál si no?), la nueva película repite a las anteriores sin agregar demasiado. Sé que el de Lucrecia Martel es “cine de autor”, un cine que le permite experimentar con recaudos y desarrollar un estilo propio; un cine en el que narra historias cotidianas con un suspenso originalísimo e inexistente en cualquier otra cinematografía; uno que, además, propone siempre visiones críticas de una sociedad, de una época, de algunas individualidades. Todo eso. Pero, para mí, la tercera fue la vencida.
Calificación: 3 Nantios.
Etiquetas: Ariel Benasayag, Cine Argentino, Estrenos 2008