domingo, abril 13, 2008

Viaje a Darjeeling, por Diego Niemetz

TITULO ORIGINAL: The Darjeeling limited
GENERO: Comedia dramática
DIRECCION: Wes Anderson
GUION: Wes Anderson, Roman Coppola, Jason Schwartzman
INTERPRETES: Owen Wilson, Adrien Brody, Jason Schwartzman, Amara Karan, Anjelica Houston, Bill Murray
FOTOGRAFIA: Robert Yeoman
MUSICA: Satyajit Ray, Merchant Ivory
MONTAJE: Andrew Weisblum
ORIGEN: Estados Unidos (2007)
DURACION: 91 minutos
CALIFICACION: SAM 13
WEB: http://www.viajeadarjeeling.com


De cómo el Ángel de la devaluación me abrió los ojos

Por algún motivo en el mundo occidental estamos muy predispuestos a creer que para “reencontrarse con uno mismo” (sea lo que sea que eso signifique) hay que viajar al oriente. Viajes famosos hay muchos, pero creo que para entender a qué me refiero es suficiente con nombrar el de los Beatles y sus resonantes sesiones de “meditación” con el Maharishi.

Yo, debo confesarlo, era una persona que buscaba la paz interior todo el tiempo. Primero probé siendo hippie, pero después me dediqué al orientalismo. Prendía mucho sahumerio en casa, andaba todo el día con música celta en el discman y asistía a clases de yoga y tai-chi-chuan unas tres o cuatro veces por semana. Claro que la convertibilidad, esa especie de ángel caído de los argentinos, me dejó con las ganas de viajar a la India y a Japón. Ya tenía todo listo: me había comprado un par de sandalias de cuero nuevas, un morral con motivos andinos y una remera con una estampa que tenía como fondo nuestra bandera y sobre ella, en tipografía que imitaba el yin-yang, una leyenda que decía “Argentinians are spirituals” y en la parte de atrás un Buda en posición de Loto y con atuendos gauchos.

Pero lo más parecido a una revelación que he tenido en mi vida fue la devaluación: me hizo ver en un solo momento y para siempre que no me iba a ir nunca al este asiático. De esa triste manera comenzó lo que yo llamo mi etapa del “resentimiento” y en la que me dedico a desmitificar todo lo que viene de allá. En las puertas de algunos supermercados chinos he escrito frases como “¡Y dónde está, y dónde está, el espíritu oriental!” o, la más provocativa y que me ha significado cierta trascendencia en los medios “¿No está escrito: Mi Casa será llamada Casa de oración para todas las gentes? ¡Pero vosotros la tenéis hecha una cueva de bandidos! (Marcos 11:17)”. Una vez, en un ataque de ira, le rompí el stand a un artesano de la Plaza Independencia que vendía sahumerios indios.

Debo reconocer que si toda esta confesión tiene algún valor para el blog es porque en el cine también he encontrado cierto consuelo: he hecho un viaje simbólico a oriente a través de la pantalla.

Viaje al Orient en el Fotograma Express

1) Me acuerdo que en el peor momento de mi crisis fui a ver al Cine de la Universidad Humo sagrado, en la que Harvey Keitel rescataba a la linda Kate Winslet de un nefasto gurú que la tenía como prisionera sexual ¿Quién que la haya visto no se acuerda de ella, toda rubia y desnuda, en medio del desierto haciéndose pipi encima? Realmente la directora Jane Campion dejaba bien en claro que era peligroso creer en cualquiera que aseguraba tener la llave de la revelación. Cuando la película terminó yo me levanté y me puse a cantar entre las butacas: “¡el que no salta es gurú, el que no salta es gurú!”. Casi todos los que estaban en la sala me insultaron. Uno que otro me sonrió benevolente.

2) Otra que me gustó fue Sabiduría garantizada, que es una buena idea, por eso de “garantizada”, porque nadie puede garantizar nada, y menos en materia de adquisición de sabiduría. Me imagino que si yo hubiera seguido siendo como era, a esta altura me parecería mucho al gordito protagonista del film que lo único que aprende es que no se puede dejar a una mujer más de un día sola (en toda esta crisis también me hice machista). Me pareció muy gracioso que los japoneses tengan tanta sabiduría oriental y no puedan hacer un mapa de Tokio como la gente...es un alivio que la devaluación me haya dejado sin viajar.

3) Cuando salió Perdidos en Tokio, yo estaba en Buenos Aires en una clínica de desprogramación, porque había recaído levemente en mi tendencia de creer en las soluciones trascendentales y me estaba acercando otra vez a los sahumerios y todo eso. Andaba con un amigo muy querido que me había ido a buscar a la granja donde estaba internado y fuimos a los cines de Recoleta a ver la ópera prima de Sofia Coppola. Mientras largaban los títulos, yo le decía a este amigo que tenía miedo de no curarme nunca y una señora con un tapado de nutria nos dijo que nos calláramos. Yo le tiré con una de mis sandalias y me di cuenta de que estaba curado. Después de pura alegría, y porque no me servía de nada quedarme con una sola, le tiré la otra a la mujer que estaba con ella.

La película me dio una satisfacción más: los japoneses no saben hacer chancletas de tamaño normal...entonces ¿dónde queda la sabiduría? Porque todo bien con eso de los chips y los microprocesadores cada vez más chiquitos, en eso son unos genios, no se discute...pero ¿microchancletitas? ¿Para qué sirven? ¿Acaso podés guardar más información? ¿caminar más rápido? La respuesta es un contundente NO. Entonces: ¿dónde queda la sabiduría?

Viaje a Darjeeling
El Darjeeling es un tren que recorre la India en el que viaja la gente que quiere reconstituir su vida. Para Wes Anderson los viajeros son tres hermanos que tienen problemas, como todos pero a la Anderson (es decir, su madre se llama Anjelica Houston y les ha causado unos traumas espantosos).

El tren se mueve por parajes inhóspitos y la verdad es que los colores son abrumadores, la fotografía y la banda de sonido son impecables. En un momento uno de los hermanos habla de los olores y yo digo que ese es otro mérito de la película, hace consciente de los aromas de la India a todos los que la miran y leen los subtítulos.

Sin embargo, creo que lo bueno de la película (digo lo bueno, porque en su gran mayoría es una reelaboración de los motivos clásicos de Wes, que para ser sincero ya me están aburriendo un poquito: es como si fuera el Cirque du Soleil, que a pesar de cambiar el nombre del espectáculo sigue teniendo los mismos contorsionistas, pero más viejos) es que hay una especie de mirada sobre el viaje a Oriente como lo plantea la sociedad Occidental: somos todos productos del consumismo al que adoramos como a un dios de cuatro brazos, Vishnú omnipotente, del cual somos prisioneros sufrientes pero por voluntad propia. Esto quiere decir que somos infelices pero que no nos podemos cercenar todas las comodidades que la infelicidad nos da (las connotaciones religiosas quedan por cuenta del lector, si es que hay).

Estos hermanos, se van a la India a resolver sus problemas y viajan de un lugar a otro cargando miles de valijas (que a propósito, no por nada son Louis Vuitton) que representan una pesada herencia y la imposibilidad de espiritualizarse realmente. Eso me gustó: son valijas carísimas que sirven para guardar bienes materiales, obstáculos para la espiritualidad en definitiva.

Finalmente ellos algo aprenden, pero no por el mero hecho de viajar a la India. Y el que la mira debería aprender lo mismo: las valijas quedan por el camino y un par de canciones tontas nos dicen que la vida es hermosa.

Hace varios años los Beatles, para volver a un argumento que ingresábamos en el primer párrafo, pasaron por lo mismo. No por muy Indio que fuera el Maharishi tenía menos necesidades carnales que cualquier otro, de donde salió lo de Sexy Sadie y todo eso. El final es casi el mismo: las valijas se quedaron en la India y salieron algunas canciones de desencanto perfectas para el final de la película, que ya estaba cerca. Títulos.


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