Los rompebodas
Título original: “Wedding crashers”País: Estados Unidos / Año: 2005 / Duración: 1 hora 59 minutos.
Por Ariel Benasayag
Nuevos talentos. El mayor atractivo de “Los rompebodas”, comedia romántica (desopilante, si se la quiere subcategorizar dentro del género) protagonizada por Owen Wilson y Vince Vaughn, son justamente ellos, sus protagonistas. Wilson y Vaughn lo saben, como también que junto a Ben Stiller, Will Ferrell y algunos otros, son parte de la nueva generación de cómicos norteamericanos que están introduciendo algunas innovaciones en la comedia de Hollywood (el absurdo de “Los excéntricos Tenenbaum” y “La vida acuática”), reelaborando clásicos con éxito (la divertidísima “Starsky & Hutch”) y también repitiendo fórmulas y gagas probados (en varias películas menores). Y que, sobre todo, divierten con sus innegables talentos.Colados. En esta oportunidad, Wilson y Vaughn son John Beckwith y Jeremy Grey, dos abogados mediadores en casos de divorcio que comparten oficina en Washington. Claro que este no es su principal atractivo como dupla protagonista; tienen un pasatiempo bastante particular: colarse en casamientos.Este no es un hobby que llevan adelante día a día así como si nada. Hay reglas heredadas, un manual de estilo para colarse y un objetivo final: seducir solteras sensibilizadas por la boda y llevarlas a la cama ese mismo día. En el medio, comidas deliciosas, bebida gratis y fiesta permanente. Y a quien se casa le toca un experto en bodas, que no puede menos que animarla.Así es como en menos de cinco minutos llega la primavera, temporada de casamientos, y vamos a la acción: John y Jeremy se hacen pasar por sobrinos judíos, sobrinos hindúes, sobrinos católicos, sobrinos irlandeses y demás religiones y nacionalidades, degustando cada una de las bodas (y sus invitadas) con diferentes personajes y originales técnicas.Esta secuencia tiene un ritmo excelentemente logrado que atrapa al público y prepara el terreno con risas sinceras.(casi) Lo de siempre. Luego, el conflicto: John, tras un pequeño percance con una conquista, ya no se siente para estos trotes. En su cabeza ronda la idea de encontrar una mujer única, enamorarse y establecerse. Sin embargo Jeremy lo convence de colarse una vez más. La boda es de las exclusivas, de clase altísima, de aquellas en las que hay que evadir al Servicio Secreto para entrar. Es el casamiento de una de las hijas del Secretario del Tesoro del país, William Cleary, el inmejorable Christopher Walken. Lo acompaña Jane Seymour, la correctísima Doctora Quinn, aquí en el papel de la madre sexy y algo pervertida.Y en evento de estas características los rompebodas no pueden menos que tratar de conquistar a las otras dos hijas del funcionario de la Casa Blanca, aunque con objetivos distintos: John parece buscar una relación seria con Claire (Rachel McAdams, de una belleza tan grande como particular, que ya vimos este año en “Vuelo nocturno” y en esta tiene un parecido por momentos impresionante con Liv Tayler).Claro que sus conquistas les deparan un par de sorpresas y como el rompebodas por reglas no puede abandonar a un compañero a mitad de camino, seguirán juntos todo el fin de semana compartiéndolo con la familia de las chicas, que también esconden secretos.Esta segunda secuencia, el conflicto, baja un poco el ritmo, pero no los niveles de humor. Aunque de aquí en más la película se desarrolla como cualquier otra comedia romántica, con picos de romance y picos de comedia. Vuelve a levantar hacia el final, con una brevísima y excelente aparición del cada día mejor Will Ferrell y un desenlace que, aunque clásico, intenta no caer en el romanticismo empalagoso al que nos hemos acostumbrado con otras comedias del estilo, con éxito relativo (es, aunque intente alejarse, una más de las comedias románticas provenientes del país del norte).El guión es convencional y no ofrece demasiadas sorpresas, y entre los gags se puede encontrar de todo: viejos y nuevos, repetidos y reelaborados. Pero sin duda el mayor atractivo de esta película son las habilidades cómicas de sus protagonistas: Wilson, Vaughn y Ferrell, que sencillamente hacen lo suyo y divierten.En este sentido, todo parece indicar que si esta nueva camada de humoristas sigue produciendo películas acordes a sus estilos y talentos, volverán las risas a las que hollywood nos ha desacostumbrado con recetas repetidas en los últimos años.Excusa inexcusable. Con todo esto, y considerando que no se puede esperar mucho de la mayoría de las comedias de Hollywood actuales -que no pasan de ser películas mediocres e idénticas que no sirven sino para pasar el rato-, “Los rompebodas” merece la calificación que recibe.Calificación: 3 Nanitos.
El aura
Título original: "El aura" / Guión y dirección: Fabián Bielinsky
País: Argentina /
Año: 2005 /
Duración: 2 horas 5 minutos.
Por Ariel Benasayag
Nueve reinas. Aún intentando evitarlo, es prácticamente imposible no comparar la segunda película de Fabián Bielinsky con su anterior obra, que no es otra que la taquillerísima (1.300.00 espectadores sólo en Argentina) “Nueve reinas” (2000). El motivo es sólo uno: su película nos fascinó a todos. En medio del por aquel entonces todavía no tan repetido realismo crudo del Nuevo Cine Argentino, Bielinsky trajo el suspenso y la historia perfecta.
Quizás por prudencia, quizás porque los necesitaba para su siguiente trabajo, Bielinsky dejó pasar cinco años desde que colocó a Gastón Pauls y a Ricardo Darín como estafadores en ese thriller de suspenso con chispas de comedia y crisis en el que (al final nos enterábamos) uno había planificado todo para hacer lo propio con el otro. Inolvidables serán, además del milimétrico cierre, imágenes como aquellas en la que se enumeran cada uno de los delitos y delincuentes famosos de la gran urbe nacional.
Los cinco años contribuyeron a menguar la fiebre y controlar ansiedades, pero no pudo con nuestras expectativas. Señal de ello es la sala llena en el estreno, ayer en Mendoza.
Ahora bien, el resultado de la inminente comparación entre las dos películas es bastante particular: “El aura” podría ser la antítesis de “Nueve reinas”. Se mantiene el suspenso de ladrones, Darín, el prolijísimo ojo y la presición narrativa de Bielinsky. Cambian profundamente estructuras, ambientes, atmósferas y personajes.
El observador. El taxidermista que interpreta brillantemente Ricardo Darín en esta oportunidad nada tiene que ver con su anterior Marcos (un delincuente que todas las sabía) ni con sus personajes “campanellescos” (hombres típicos de clase media, sensibles y trabajadores). El embalsamador es un hombre de pocas palabras y pocos amigos, seco, minucioso en su trabajo para el museo. Sin embargo, deja entrever una mente muy activa y atractiva.
Es un observador, en dos sentidos: posee una memoria visual-espacial digna del Funes de Borges y es un pasivo frente al escenario de la vida. Esta doble característica adquiere aún mayor relevancia debido a sus repentinos ataques de epilepsia, que parecieran otorgarle una sensibilidad paranormal.
Además de rellenar animales muertos y recubrirlos con sus propias pieles sumergido música clásica, el taxidermista juega con la realidad en su cabeza. Observa, memoriza y planea el crimen perfecto, el que sabe (¿sabe?) que nunca cometerá.
Un compañero de trabajo (Alejandro Awada) al que soporta menos de lo que parece, lo invita a cazar en los bosques del sur. La casualidad, que parece ser lo que mueve a este hombre en el mundo, hace que acepte. Los hoteles de la zona están repletos y así los cazadores van a dar a las cabañas de un tal Dietrich en medio del bosque.
Como en estos dos ejemplos, estos accidentes del destino parecen llevar adelante la película; y seguirán sucediendo uno tras otro, llevando al pasivo observador a lugares insospechados de la acción.
Hasta aquí es evidente que el personaje principal, que nunca abandona la pantalla, dista mucho de cualquiera de los que vimos en “Nueve reinas”. Por su parte, la narración no avanza sino por estas casualidades (recordemos que en la anterior todo estaba planeado en la mente del personaje de Pauls), la atmósfera es más densa, oscura e interna, y el ambiente natural.
Nueve reinas 2. No puedo ocultar a esta altura que disfruté la película, pero algunos sucesos me hacen pensar que no ocurrió lo mismo con todos los espectadores de la sala. Decíamos más arriba que Bielinsky fue prudente al esperar, pero que a pesar de eso no pudo con las expectativas. En la función de ayer esto le jugó en contra, tal vez menos por no cumplir una promesa que nunca hizo (seguir ofreciendo exactamente lo mismo) que por el prejuicio del público (que quería ver “Nueve reinas 2”).
Aquí, más allá de dos o tres frases y situaciones que dibujan una sonrisa, no hay humor. A pesar de esto, el público comenzó forzando risas, que no pudieron más que desaparecer con el tiempo. Tampoco acción frenética y, en los pasillos, escuché a más de uno responder que era lenta cuando les preguntar si les gustó. El entusiasmo descontrolado del gran engaño final de la anterior no estaba.
¿Por qué?
1. Porque es la propuesta de una experiencia visceralmente distinta. “El aura” es la perfecta antítesis de “Nueve reinas”, nacida de la imaginación del mismo y cada vez más creativo autor-director; lo que en realidad la hace aún más interesante.
2. No se. Porque por (todo) esto mismo atrapa, entretiene y resulta fascinante.
Calificación: 4 Nanitos.
Charlie y la fábrica de chocolate
Título original: “Charlie and the chocolate factory”
País: Estados Unidos /
Año: 2005 / Duración: 1 hora y 55 mintuos. Repaso. Se dice por ahí que “Charlie y la fábrica de chocolate” es el regreso glorioso de Tim Burton, el regreso a su cine mágico. Recordemos un poco sus trabajos:
Tim Burton suma 47 años y viene haciendo películas y cortos desde 1971 (cuando tenía sólo 13). Pero recién en los ’80 adquiere constancia su carrera profesional, que no se limita sólo a la dirección, sino que también se extiende exitosamente por el guión y la producción. Ya en aquellos años aparecen por primera vez los elementos que caracterizan sus películas y que se mantienen hasta hoy.
El extraño humor paranormal de “Beetlejuice” (1988); la oscuridad original de los personajes de su “Batman” (1989), intensificada en “Batman vuelve” (1992); la fantasía melancólica de “El joven manos de tijera” (1990) que, me atrevería a arriesgar, es el Burton que más gusta.
Después llegaron “Ed Wood” (1994), suerte de homenaje al cine clase B, sin descuidar sus personajes sombríos, y “Mars attacks!” (1996), donde deja relucir su mejor humor con una delirante parodia sobre las películas de invasiones extraterrestres. En 1999, la (para mi) fantástica “Sleepy Hollow: La leyenda del jinete sin cabeza”, impresionante adaptación del cuento que ya Disney había llevado al cine de animación en un imperdible corto de 1949 titulado “Las aventuras de Icabold”.
“El planeta de los simios” (2001) significó para muchos su caída, su desvío, el fin del Burton que amaban: en efecto, la película es un triste remake en el ni siquiera asoma uno de los elementos de sus historias que fascinaron al público: magia, melancolía, nostalgia, personajes excéntricos -oscuros pero siempre de algún modo entrañables-, humor delirante y oportuno, mundos de fantasía, viajes por los lugares más recónditos de la imaginación.
En el 2003 llega “El gran pez”, que es para mí su mejor película: combinación perfecta de sus mundos de fantasía y las vicisitudes de la realidad. De las mejores películas que he visto.
Y así llegamos al estreno que nos convoca, no sin dejar de mencionar que también ha transitado con éxito por el cine de animación, ya sea como director, productor o guionista: “Vincent” (1982), “El extraño mundo de Jack” (1993), “Jim y el durazno gigante” (1996) dejan ver su nombre en los créditos, como prontamente lo haremos en el estreno de “El cadáver de la novia”.
Hasta aquí hemos enumerado películas y elementos constantes en la filmografía de Burton, como lo son también algunas de las personas con las que trabaja: Johnny Depp, Danny Elfman (el compositor de la música de “Los Simpsons”) y recientemente Helena Bonham Carter, su pareja.
Confesión. En mi opinión, el Burton que todos aman no ha regresado, porque nunca se fue. Sí, tal vez se desvió un poco con los simios, pero esto no cuenta sino como un simple tropiezo que no dejó secuelas. Tim Burton está intacto y en su mejor momento: el paso del tiempo ha mejorado su trabajo y embellecido su mundo.
Golosina. Abramos ahora las inmensas y pesadas puertas de este nuevo mundo que nos regala Burton, envuelto en papel de colores. “Charlie y la fábrica de chocolate” es la segunda adaptación (la primera es de 1971 y se convirtió en una película de culto para cinéfilos, aunque algo difícil de conseguir por estos tiempos) del libro homónimo de Roald Dahl (también autor de “Jim y el durazno gigante”, “Matilda”, “Las brujas” también llevadas al cine).
La historia es la de un excéntrico maestro chocolatero, Willy Wonka (Johnny Depp, una vez más -y cada vez más- excelente), y su misteriosa fábrica de golosinas a la que desde hace tiempo nadie entra a trabajar pero de la que salen chocolates deliciosos. Y también la de Charlie Bucket (Freddie Highmore, ya lo vimos este año haciendo llorar a todos en “Descubriendo el País de Nunca Jamás”), un niño que vive junto a sus padres y sus cuatro abuelos en la ciudad coronada por la fábrica de Wonka. Se trata de una familia humilde de cuento de hadas, de valores saludables y hábitos generosos (comparten hasta la cama), haciendo equilibrio en la cornisa de la pobreza.
Para sorpresa y deleite de los Bucket, cierto día Willy Wonka decide invitar a cinco chicos de todo el mundo a conocer los secretos de su fábrica. Claro que en este mundo tampoco nada es gratis y para ser uno de los elegidos hay que encontrar el ticket dorado en uno de los chocolates Wonka.
Los afortunados serán: un gordinflón hijo de rechonchos adicto al chocolate; una niña rica caprichosa y consentida que piensa que todo lo puede comprar; otra niña que, siguiendo a su competitiva, blonda y exitosa madre porrista, quiere demostrar a como de lugar que es mejor que todos los demás; un pequeño geniecillo de mente malévola, fanático de la televisión y lo videojuegos. Y por supuesto, Charlie.
La visita al mundo de Wonka es indescriptible y de nada serviría que yo siquiera intentara una aproximación. No sólo porque prefiero no arruinar sorpresas, sino porque los mundos de celuloide de Tim Burton están hechos para saborear en el cine: Wonka hace las veces de guía de turistas de sus visitantes y de todo el público de la sala, en un paseo asombroso por su universo de engolosinada y extraña fantasía, recubierto por una sutil capa de un humor oscuro y definitivamente aleccionador.
Conclusión. La nueva película de Burton, una fábula con moraleja sobre las relaciones entre padres e hijos y lo que verdaderamente nos engrandece como personas, tiene todos los elementos que nos deslumbraron hace más de 15 años y que han llegado de manera inmejorable hasta aquí -incluso Danny Elfman, que se luce en un delirio musical sin precedentes-.
Queja. Molesta que haya llegado a las salas de los multicines de Mendoza con un mes de retraso en relación a Buenos Aires; pero enoja aún más que sólo hayan llegado copias dobladas al español, que le quitan atractivo a la película (principalmente a las canciones) y que no hacen más que confirmar una vez más que no importamos al mercado cinematográfico.
Calificación: 4 Nanitos.