El día después de mañana
Título original: “The day after tomorrow”
País: Estados Unidos / Año: 2004 / Duración: 2 horas 2 minutos
“El día después de mañana” es sólo otra película de catástrofes naturales producida por Hollywood, con un presupuesto gigantesco para efectos visuales y sonoros y otro también inmenso para publicidad. Y como toda película de catástrofes, repasa todos los lugares comunes del cine de este tipo (e incluso a veces va demasiado lejos) sin que importe demasiado la coherencia o la veracidad de la trama.
La película guionada, producida y dirigida por Roland Emmerich tiene la misma estructura que su más grande éxito de taquilla: “El día de la independencia”. Frente a una humanidad amenazada por fuerzas que le son ajenas, ya sean extraterrestres invasores o la Madre Naturaleza, el mundo se solidariza en el combate o en la huída. Y como en la otra, la acción se centra en los Estados Unidos, más específicamente en la de algún científico al que la burocracia gubernamental ignora.
Jack Hall (Denis Quaid, “Lejos del paraíso”) es un paleoclimatólogo que trabaja día y noche en la Antártida para demostrar su teoría de que el calentamiento global, generado por la excesiva explotación de los recursos naturales, va a producir un cambio climático drástico sobre la faz de la Tierra como el ocurrido hace 10.000 años en el último Período Glaciar.
Pero claro, esto no ocurrirá hasta el próximo siglo. A menos que no dispongamos de la tecnología necesaria para predecir los movimientos acelerados de la Naturaleza: de un momento a otro, cae granizo del tamaño de una pelota de fútbol en Japón, tres huracanes destrozan Los Ángeles y Nueva York se inunda. Lo mismo pasa en Europa y en todo el Hemisferio Norte en general, que poco a poco comienza a congelarse.
Es entonces -cuando ya vimos dos de las más grandes ciudades de los Estados Unidos destruidas- que el gobierno escucha las sugerencias del paleoclimatólogo y comienza a organizar una evacuación hacia el sur. Y esta es la parte más cómicamente patética de la película: México cierra sus fronteras a la inmigración masiva ilegal de Estados Unidos y entonces la Casa Blanca perdona la deuda externa Latinoamericana, consiguiendo así asilo en el sur.
Mientras todo esto ocurre, Jack Hall comienza una peregrinación a pie desde Filadelfia hasta la biblioteca de la ciudad de Nueva York para rescatar a su hijo de la catástrofe y así saldar varias cuentas y ausencias con él.
“El día después de mañana” fue estreno único de la semana y tiene por lo menos diez funciones sin contar los trasnoches. No es para menos, la sala más grande del complejo estaba casi llena para ver una película con una historia imposible dentro a una catástrofe poco probable. En contraste con esto, la semana pasada hubo cinco estrenos, de los cuales quedan dos. Entre las películas que dieron de baja se encontraba “Memoria del saqueo”, documental de Pino Solanas sobre los motivos económico-políticos que llevaron a los hechos del 21 de diciembre del 2001 en particular y a la crítica situación social de la Argentina en general.
No creo que este documental haya tenido más espectadores en toda la semana que los que tuvo una sola función de “El día después de mañana” y se comprende así perfectamente cómo la lógica del mercado lo levantó de la cartelera. No es mi intención ejecutar una sentencia moral sobre el compromiso social en nuestros tiempos, pero creí importante mencionar éste como un ejemplo más de los rutinarios movimientos de la cartelera local.
Entiendo, por otro lado, que la gente en general vaya al cine a distraerse de una realidad que lo agobia, pero creo que toda esta gente también debería detenerse a pensar por qué la realidad la agobia y por qué necesita distraerse con catástrofes naturales que ni siquiera la conforman. Considero que un buen punto de partida son películas documentales como “Memoria del saqueo” o la tragicomedia argentina “Luna de Avellaneda”, que por suerte quedó en cartel.
“El día después de mañana” promete lo mismo de siempre y cumple: Una catástrofe natural con excelentes efectos que une Estados Unidos con el resto de América y finaliza con un equilibrado discurso ecologista en manos del presidente de turno.
Calificación: 2 Nanitos.
Luna de Avellaneda
Título original: “Luna de Avellaneda”
País: Argentina-España / Año: 2004 / Duración: 2 horas 15 minutos
“Luna de Avellaneda” es la nueva y esperada película de Juan José Campanella, director de “El mismo amor, la misma lluvia” y “El hijo de la novia”, guionista de “Culpables” en televisión y uno de los realizadores argentinos que mejor capta las costumbres y las formas de la clase media argentina.
Como Daniel Burman lo hizo en “El abrazo partido”, que contaba la historia de un joven judío en busca de su identidad y al mismo tiempo las historias de las personas que conformaban su rutina en una galería venida a menos del Barrio de Once, combinando perfectamente tragedia y comedia; Juan José Campanella cuenta en “Luna de Avellaneda” la historia de un hombre de 40 años (Román, interpretado por Ricardo Darín), las de las personas que lo rodean (su familia, sus amigos, los indeseables de siempre) en un contexto específico: El Luna de Avellaneda, un club de barrio fundado en los ‘50s que en su auge llegó a tener ocho mil socios y hoy apenas cuenta con trescientos.
Y esta no es la única similitud entre ambas películas: Más allá de todas las historias que se cuentan en “Luna de Avellaneda” -la de un matrimonio que se disuelve, la de un alcohólico solitario, la de una madre divorciada, la de un político de corte menemista y, uniendo todas, la de una comunidad barrial desquebrajada-, la película de Campanella, como la de Burman, muestra los restos de un país arruinado por el modelo neoliberal aplicado sin ningún tipo de conciencia social durante los 90’s.
Un modelo de país que dejó como resultado además de miseria y desempleo, una clase media que difícilmente logra sostenerse, que vive permanentemente en un ambiente de tensión e incertidumbre sin poder proyectarse siquiera hasta mañana. Situación esta que destruye vidas individuales, familias y comunidades, desintegradas porque hoy ni siquiera logramos salvarnos a nosotros mismos.
Un país donde la educación y la cultura pierden su sentido, donde con honradez, trabajo y justicia no alcanza para construir nada y apenas para sobrevivir (como dice Don Aquiles, fundador del Club Luna de Avellaneda e interpretado por José Luis López Vázquez).
Actúan además Mercedes Morán, Eduardo Blanco, Valeria Bertuccelli, Daniel Fanego y Silvia Kutika, dirigidos impecablemente por Juan José Campanella, que rescata pequeños detalles del romanticismo de barrio y mezcla equilibradamente tragedia, comedia y reflexión comunitaria.
El público aplaudió cuando terminó “Luna de Avellaneda” y va a seguir aplaudiendo este tipo cine: un cine nacional con el que puede identificarse y en el que ve reflejados sus problemas e inseguridades, un cine que muestra la decadencia de la Argentina en cincuenta años de un forma mucho más simple y concreta que la pretenciosamente intelectual “Roma” de Adolfo Aristarain, que aburre abriendo historias que no cierra y se jacta de abarcar muchísimos temas complejos (juventud, maternidad, paternidad, cultura, proceso militar, amor) con engañosa superficialidad.
Calificación: 5 Nanitos.
El abrazo partido
Título original: “El abrazo partido”
País: Argentina-España-Italia-Francia / Año: 2004 / Duración: 1 hora y 40 minutos
“El abrazo partido” es una comedia dramática, más cómica para unos, más dramática para otros. Sea como sea, en el contexto del Nuevo Cine Argentino, que no deja de privilegiar historias de personajes marginales o de jóvenes desorientados con pretenciosas críticas sociales, finales trágicos y moralejas de vida, esto ya es una suerte de mérito.
La de Burman, si se quiere, también es la historia de un joven desorientado: Ariel (Daniel Hendler), adolescente tardío de 28 años, transita su vida sin objetivos claros y sin hacer demasiado para clarificarlos: trabaja en el negocio de lencería de su madre (Adriana Aizemberg), pero en realidad no trabaja, ayuda; abandonó la carrera de arquitectura y piensa terminarla, pero no estudia; dejó a su novia de toda la vida, pero ahora se arrepiente y mientras tanto tiene una aventura con una mujer mayor que atiende un cybercafé; quiere conseguir la nacionalidad polaca pero no para ir a Polonia, sino para probar suerte en algún otro país de Europa; es judío, pero no sabe bien por qué o para qué. Desorientado.
Este ambiente de desorientada incertidumbre se debe en parte a su situación familiar: su padre (Jorge D’Elía) abandonó a su madre, a su hermano mayor (Sergio Boris) y a él, justo después de su nacimiento, cuando se fue a Israel a pelear en la Guerra de Iom Kipur sin demasiadas explicaciones. Ariel no lo ha visto nunca y su figura es una gran incógnita presente de varias formas en su vida. Quizás su desorientación, como en “Esperando el Mesías” (la segunda película de Burman), se deba en el fondo a cierta búsqueda o a la formación de su identidad.
Si analizamos lo que venimos contando hasta ahora, la película de Burman no tiene nada de comedia. Más bien parece una de esas con diálogos existenciales de corte dramático y una moraleja final que indica que todo está perdido. Pero no.
La maestría de Burman radica en dos cosas: su talento para captar detalles muy particulares del costumbrismo argentino y, sobre todo, de la vida judía argentina; y su habilidad narrativa de contar esta historia (co-guionada por el escritor Marcelo Birmajer) con un tono permanente de comedia sin caer nunca en golpes bajos, con situaciones y diálogos cotidianamente urbanos entre personajes que se pueden encontrar en el más desinteresado paseo por el Barrio de Once, en Buenos Aires. Y, cinematográficamente, con mucho ritmo y cortes abruptos, cámara en mano y zoom, pero al mismo tiempo con una prolijidad impecable.
Pero las maravillas de Burman no se acaban aquí, ya que la historia de Ariel está enmarcada en el absurdo y real universo de una galería venida a menos, donde conviven desde siempre italianos, coreanos, judíos, peruanos, paraguayos y criollos.
“El abrazo partido” es la cuarta película de Daniel Burman. Antes vinieron “Un crisantemo estalla en Cincoesquinas”, “Esperando el Mesías” y “Todas las azafatas van al cielo”. En las tres era fácil advertir que Burman estaba en la búsqueda de su cine, de su narrativa, de su estética, de las historias que tenía para contar. “Esperando el Mesías” tuvo una buena recepción por parte de la crítica, “Todas las azafatas van al cielo” no fue bien recibida ni por la crítica ni por el público. El cine de Burman parecía pretencioso, efecto generado por el mismo mal que sufre su personaje: la desorientación producto de la mezcla de estímulos presentes en la búsqueda de su identidad, cinematográfica en este caso.
Con esta cuarta película Daniel Burman termina de definirse, combinando elementos que ya habíamos visto antes en sus otros films: historias sobre la ciudad multicultural, sobre la búsqueda de la identidad, con un sencillo humor judío que por momentos mezcla absurdo, ironía, acidez, en una película muy simple, sin demasiadas pretensiones y sin moralejas educativas.
Por último, es imposible no reconocer su trabajo en la dirección de actores y las actuaciones de todo el elenco, sobre todo la de Daniel Hendler (que no deja de perfeccionar la caracterización de cierto joven argentino que mezcla paranoias, obsesiones y un irónico humor autorreferente), la de Adriana Aizemberg (que interpreta perfectamente a una “idishe mame” sin caer en la ridiculización del estereotipo y agregándole un lado sensible sin precedentes en el cine argentino) y la de Sergio Boris (que caracteriza otro tipo de judío argentino, comerciante mayorista que alguna vez la pegó con un producto de baja calidad y vive esperando volver a hacerlo, en un lugar indefinido, muy cercano -y al mismo tiempo lejano- a la religión).
Calificación: 5 Nanitos.