Sala oscura
Por Nicolas Voloschin
El show comienza realmente cuando bajan las luces. La penumbra, calma y paz de la sala se convierten en el ambiente que requieren los devotos para rendir culto al fotograma.
Es curiosa la forma en que las voces disminuyen junto con la luminosidad de las lámparas. Poco a poco los focos y las personas nos vamos callando, como entrando en un trance que nos llevará más allá, a un mundo de fantasía que reclama para sí toda nuestra atención y silencio. La grieta que conecta este universo paralelo con el mundo real es, a ambos lados y no casualmente una “vía de escape”, el cartel rojo o verde con la leyenda “Salida”, como si hiciera falta escribirlo una vez que las luces se han apagado. Es la forma de llegar a la fantasía, como también en algunos casos la de escapar de ella. Estoy convencido de la necesidad del cartel pero también de su carácter profanador.
Los minutos previos a la oscuridad están cargados de un gran nerviosismo. Relojes que se verifican, como si se tratara de la salida de algún avión. Cabezas que buscan aquel aventurero que corrió a último momento al candy bar y aún no regresa. Al bajar las luces ya nadie puede garantizar la seguridad de este aventurero y por supuesto tampoco de su botín.
Qué cómodo se encuentra uno en la sala, pero a la vez qué extraño es todo esto. Estamos rodeados de desconocidos, a oscuras y en silencio; peor que un ascensor lleno de pasajeros. ¿A qué se debe esta comodidad? No pertenecemos a una logia que haya jurado lealtad a sus hermanos ni mucho menos prestar el debido respeto al acontecimiento que se avecina. Sin embargo, allí estamos todos sentados, dispuestos y seguros a disfrutar y compartir esta experiencia con un montón de compañeros anónimos.
Seguros en el lugar perfecto para sentirse amenazado o ejecutar cualquier tipo de crimen. Así lo atestiguan muchos filmes también. Quién notaría que una persona se acerca a otra, sutilmente se coloca en el asiento detrás de ella -sería imprudente colocarse al costado- y le susurra al oído aquella verdad terrible que le arruinará el resto de la película: que se acaban de llevar su auto por estar mal estacionado, que su novia lo engaña con el acomodador o, lo que sería mucho peor, el final que inesperadamente se avecina. Suficiente. Pero a no preocuparse demasiado, no he escuchado muchos de estos casos; ocurrirá seguramente como con las brujas.
Me llama mucho la atención el respeto que en general nos prestamos en esta situación. Estarán de acuerdo en que aquellos que lo profanan, a punta de conversaciones, celular, beeper, radio, comida o similar son cada vez menos. De hecho, son un cierto matiz a la solemnidad con la que se vive ese oscuro momento. Algo que se debe aceptar como a los niños que conversan durante un servicio religioso: es la voluntad de los dioses que estén allí. Por lo mismo, indiscutibles y divinamente imprescindibles.
Contando con tanta penumbra no podían los creadores de mitos desaprovechar esta oportunidad. Allí tenemos una última fila poblada de amantes que buscan un refugio para sus fantasías de amor, se den en la pantalla o sus pantalones.
No deja de llenarme de curiosidad y cierto temor esta oscura comodidad, para nada distante del callejón en donde no podría parar de voltear hasta colocarme los ojos en la espalda.
La del mono
King KongTítulo original: “King Kong”País: Estados Unidos-Nueva Zelanda / Año: 2005 / Duración: 3 horas 7 minutosDirección: Peter Jackson / Guión: F. Walsh, P. Boyens y P. JacksonBasado en la historia de: M. C. Cooper y E. WallaceIntérpretes: Naomi Watts, Jack Black, Adrien Brody, Andy SerkisPor Dregan RemetzSala: Village Cinemas / Fecha: 12 de enero de 2006Este momento, en el que se aguarda la hora sublime de entrar en la sala de proyección, es fundamental para los críticos. Es en ese supremo instante en el que podemos tomar el pulso a los potenciales lectores, es allí donde alcanzamos una idea acabada del estado en el que se encuentran las discusiones, los intereses, el nivel de penetración de nuestras opiniones. Pecamos frecuentemente leyendo a nuestros colegas, algunos de los cuales logran tales niveles de refinación en sus comentarios que casi no se entiende lo que quieren decir, y olvidamos nuestra razón de ser, el cimiento de la industria cinematográfica: el público masivo. ¿Qué sería del cine si no fuera por esas hormiguitas obreras carentes de opinión dispuestas a obedecernos en todo, esas bestezuelas informes y hambrientas, ansiosas por disfrutar lo que se les mande? Y que conste que no introducimos esta cuestión por justificar nuestra función, en buena medida parasitaria del sistema, sino justamente por el sistema en sí mismo. El sistema se alimenta de ellos y los obliga, mediante su instrumento de difusión favorito (los críticos que se han rendido a las comodidades de la masividad), a consumir lo que el negocio tirano impone. Ciertamente diabólico: el público va incluso a las películas que sabe que no le gustarán.
Nos angustia este momento mezcla de ansiedad y melancolía, en el que reflexionamos así y al mismo tiempo tenemos la posibilidad de escuchar que King Kong “tal y como lo había leído, es un mono gigante que está muy bien hecho, ¿no?” y luego a alguien con miedo decir “¿sabías que esos insectos come-hombres existen?” pues en un artículo especializado se afirmaba tal cosa. Unos metros más atrás se acerca un señor de gafas caladas que viene conversando con su esposa sobre la posible locación de la isla y discrepa con un crítico francés que opina que se trataría de la isla Mauricio: aunque tal vez los insectos podrían ser deformaciones fantasiosas de unos que allí se encuentran, la vegetación no concuerda. Una señora de papada rítmica le dice a su compañera de cachetes extra-rojos que la película no la ha sorprendido: la realidad siempre supera a la fantasía y ella ha leído en el periódico que se ha encontrado un esqueleto que reúne las características del tremebundo simio. A mis espaldas una voz, que no alcanzo a vincular a ningún cuerpo, pregunta en términos técnicos por la factura de los efectos: “¿y cómo mierda hicieron esta bosta?”(sic). Por último (y esto lo escuchamos y leemos en más de una ocasión) el consabido “me pareció muy fantasiosa”.
Pero todo esto queda de lado al notar, como tantas veces lo hemos notado, que la gente sale siempre acompañada del cine; incluso muchos de ellos sin nada interesante que compartir, pero unidos, conversando sobre los planes para la noche, lamiendo el mismo cono de helado, riendo. Nuestro rostro se amarga al pensar en la soledad que nos impone la profesión o, simplemente, la vida.
A la hora de entrar llevamos pies de plomo y unas lágrimas corrosivas saltan impunemente al vacío luego de deslizársenos por las mejillas como por un tobogán. Tomamos nuestro lugar, desempañamos las gafas y, justo a tiempo, comienza el film. Decimos “justo a tiempo” porque en ese momento la soledad tomaba el rostro de una Mujer específica y corríamos el riesgo de sufrir una crisis incontenible, de esas en las que solemos causar algunos destrozos y que atentan, aún más que el precio de las entradas, contra nuestra magra capacidad de asistir a las multisalas.
Pero atenuadas las luminarias, las pasiones se calman. El asiento de fibra de lana se nos amolda y nos acuna como a un niño, lentamente nos acostumbramos a la penumbra y una plácida modorra invade nuestras conciencias. Las lágrimas recientemente vertidas surten un efecto doble: por una parte colaboran con el sopor que nos invade y por la otra han lubricado nuestros globos oculares para permitir un deslizamiento óptimo y evitar la irritación. Nuestra respiración se acompasa y profundiza. Es el estado Alpha del crítico.
La trama se desarrolla de manera espontánea, casi lógica: un director loco (Jack Black), obsesionado con una historia; el comité directivo de un estudio que se empecina en ganar dinero y que quiere destruir el proyecto; un escritor exitoso y solitario (Adrien Brody); una muchacha desprotegida que sueña con ser actriz (Naomi Watts), y que acaso reclama nuestros fuertes brazos peludos para protegerla... ¡Oh! pero ¿por qué hemos dicho “nuestros”? ¿Es que otra vez estamos confundiendo la realidad con la fantasía?
El resto de la historia es bien conocido: por una serie de hechos fortuitos, que incluyen el descubrimiento del mapa de una isla inexplorada, se embarcan en una aventura sin precedentes. La nave llega de manera inesperada a su objetivo. La tripulación completa desembarca y es atacada por unos nativos en estado de salvajismo.
Hasta la aparición de una nativa vieja y desgreñada, que pronuncia palabras inentendibles en estado de trance, la tranquilidad en la que nos encontramos no es rota por nada, las aventuras son divertidas pero ajenas. Pero cuando esta especie de sacerdotisa de la tribu comienza a refunfuñar, los belfos se nos dilatan y la sustancia del peligro (que es también la del amor) se mezcla en nuestro caudal sanguíneo por orden de una ignota glándula. Finalmente algo está ocurriendo: la actriz es robada y ofrendada a un misterioso Rey, todavía ignorado por el espectador.
De manera repentina, como una tormenta salida de la nada, un tufo bestial golpea nuestro cerebro e invade nuestros sentidos ¿qué sucede aquí, en esta sala, que momentos antes nos resultaba una apacible cueva? ¿qué olor es este que encontramos lejanamente familiar y que nos causa un placer agónico? ¿se relaciona en algo con lo que la pantalla enseña? Nuestro pecho se dilata de manera exagerada y el pulso se acelera abruptamente: un resuello involuntario se nos escapa y, al mismo tiempo, el miedo nos atenaza. Afortunadamente nuestra emisión ha sido inaudible porque el propio Kong acaba de hacer su aparición con un aullido despampanante, pero el olor nos sigue enloqueciendo y nos vemos impelidos a levantarnos para dar un par de vueltas en círculo por la sala.
Al volver a sentarnos, el gigantesco gorila ha tomado a la chica ofrendada y la observa bailar. Sabe, como el gigante de ojos azules que amaba a una mujer pequeña, que amores grandes no entran en casas de muñecas. En las profundidades de su feroz instinto intuye que esa diminuta estampa blonda que se mueve ante sus ojos, en medio de un osario constituido con los restos de ofrendas anteriores, no le corresponde, pero está decidido a tenerla mientras pueda. Nos rascamos azorados la cabeza al comprobar que el simio está completamente enamorado, que en su bestialidad se agita el amor más puro, irreflexivo e irreverente. Ella es tan encantadora, nos fascinan sus movimientos y comenzamos a aplaudir entusiasmados: por un momento nos ilusiona la posibilidad de que vivan felices para siempre.
Entre nubes de delirio, porque el olor sigue siendo penetrante en la sala, vuelve el rostro de Mujer que nos amenazara antes, a la entrada. Abruptamente comenzamos a saltar de una fila de butacas a otra y nos golpeamos el pecho. Finalmente la crisis tan temida ha logrado apoderarse de nosotros. Ahora que sabemos que el olor es el de la Mujer rugimos desconsoladamente palabras lastimosas como “¿dónde estás querida?” y nos agitamos. Estamos causando un verdadero escándalo. Los bramidos alertan a los operadores que entran a la sala, munidos con aerosoles de cloroformo con los que nos apuntan...
Despertamos encadenados a la butaca, los sentidos atontados por efecto del sedante impiden de momento percibir el aroma enloquecedor. En tanto, la acción ha vuelto a desarrollarse en Nueva York. La alta sociedad, en jaque por el gran crack de la bolsa, se amontona con sus mejores galas en un teatro para ver la temible bestia: un gorila enamorado. El telón se abre ante nuestros ojos y una pena incontenible se nos esparce por el corazón. El animal yace allí, dormido y atado, lejos de su amada...Algo nos encandila, un vigilante al servicio de la empresa multinacional de cines en la que nos encontramos nos azota con su linterna: “quedate bien quietito si querés terminar de ver el show” amenaza a la vez que zangolotea el índice. La provocación es inadmisible. Furiosos, queremos romper las ataduras y después de unos momentos de lucha lo logramos. Esta vez todos en la sala saben que es definitivo y salen despavoridos, menos el vigilante que yace degollado a un lado.
Ahora el aroma ha vuelto con ímpetu renovado y corremos por los pasillos para encontrar su fuente...ella tiene que estar por aquí. Al fin comprendemos que no está en el complejo y comenzamos a desplazarnos por las calles mientras bicipolicías desesperados nos persiguen, pero no nos alcanzan. Corremos hacia el centro, desde donde viene el viento mensajero de olores.
Trepamos al edificio Gómez, ¡oh! qué gran vista de la ciudad, desde aquí se puede ver todo... ¿dónde estás Mujer? De pronto un rostro surge de la oscuridad: es el Rostro. El viento arrecia aquí arriba y revolotea entre sus cabellos. Le acercamos nuestra mano torpe, demasiado grande y sucia para algo tan delicado, e hinchamos nuestros belfos y los paseamos por su piel para absorber la mayor cantidad posible de su esencia aromática...una luz blanca, muy blanca, nos despierta: la sala está iluminada y nosotros, para admiración del resto del público, acariciamos y besamos el aire.
Nos retiramos apesadumbrados, pensando qué decir sobre este film, mañana en nuestra columna. Los comentarios circundantes nos proponen algunas ideas: ¿hablaremos sobre los insectos y los dinosaurios? ¿por qué esos insectos? ¿por qué tales dinosaurios? ¿sobre los efectos especiales? Seguramente podemos estrellar un grito de tinta en las ediciones de los matutinos: “es una película demasiado fantasiosa” protestaremos. Podemos también confrontar con otros colegas sobre la ubicación de la isla, la existencia o no de gorilas como este, incluso sobre el fastidio que nos provoca el agotamiento que está sufriendo la industria. Pero no hablaremos de amor.
Abandonamos las instalaciones.
Un mono enamorado yace muerto y comienza a apestar.
Entrevista con John Parker
"Hay películas que son realmente buenas y películas que hacen plata: si combinás las dos hacés mucha plata".
De manera anecdótica nos encontramos en la tranquila ciudad de Mendoza con John Parker, accountant del mundialmente conocido estudio Paramount. Como era de esperarse le preguntamos acerca de su particular trabajo.
Por Josefina Cornejo Stewart (entrevista y traducción)
¿Cuál es tu trabajo?
Soy contador.
¿Cómo empezaste a trabajar en la industria cinematográfica?
El cuñado de un amigo trabaja para Disney y me dijo que cuando estuviera listo lo llamara -yo tenía que trabajar durante dos años haciendo prácticas como contador para obtener el título-; cuando terminé lo llamé y él me arregló una entrevista. Al comienzo trabajé gratis; de hecho me presenté a la entrevista de traje y pagué por la comida. En L.A. nadie hace eso. Al poco tiempo comencé a trabajar.
¿Cuáles son las tareas específicas que hacés como contador para Paramount?
Cuando sale una película yo empiezo con el presupuesto y el guión. Después un gerente de producción separa el film en partes para ver cuántos días tomará rodar la película, yo tomo ese número de días y hago todo el presupuesto de donde sea que se vaya a filmar y obtengo todas las cifras. Se las paso al estudio y si el estudio acepta, recién ahí comenzamos con la producción.
¿Trabajás exclusivamente con Paramount?
Trabajé para la 20th Century Fox por siete años, ahora para Paramount pero sigo siendo free-lance. Así que básicamente entre películas puedo irme de vacaciones, pero siempre vuelvo y trabajo para ellos. Te mantienen constantemente ocupado, de hecho esta semana debería estar trabajando.
¿En qué películas has trabajado?
La que probablemente conozcas es “Phone booth” (Enlace mortal) con Colin Farrell. Antes de esa una llamada “The next best thing” (Algo casi perfecto) con Madonna y Rupert Everett. El último film que hicimos es “Nacho libre” con Jack Black, todavía no se estrena pero va a ser un gran film, es del mismo director de “Napolean dynamite” (Jared Hess), un tipo muy gracioso y junto con Jack Black... va a ser un film muy gracioso. Es sobre un cura llamado Nacho que para recaudar plata para su orfanato practica clandestinamente lucha libre por las noches.
¿Tenés alguna preferencia para elegir películas?
A esta altura puedo elegir, puedo dejar pasar películas. Puedo hacer presupuestos cada semana y me pagarían bien, pero no es lo que prefiero porque es tomar el guión, hacer todo el presupuesto tomando en cuenta cada día, el equipo, los sueldos… todo un trabajo en el que como no participás directamente en la película no es muy divertido. Así que suelo hacer presupuestos de películas en las que me gustaría trabajar. En este punto elijo dependiendo de la locación. La última la grabamos en México. La próxima probablemente en Bahamas porque trata acerca del primer barco que llega a América.
El guión de "Nacho libre" era realmente malo, pero después lo reescriben, ponés a Jack Black, tenés un director muy particular y así mejora. Hay tantos filmes y tan pocos que podrían ser considerados ganadores de un Oscar, la película de Madonna es sólo porque la gente iría a ver una película donde ella actúe. Hay películas que son realmente buenas y películas que hacen plata: si combinás las dos hacés mucha plata.
¿En qué película has trabajo que combine esas dos cosas?
Creo que “Phone booth” es una historia realmente buena. Se grabó en once días con cuatro cámaras, cada una desde un ángulo diferente y todo pasaba dentro de una cabina telefónica. Fue muy interesante la manera en que se grabó y creo que ese era un muy buen guión. También hay otra en la que trabajé como asistente que se llama “Casualties of war” (Corazones de hierro) con Sean Penn y Micheal J. Fox, el guión era duro porque trataba de la guerra de Vietnam.
¿En qué lugar disfrutás más trabajar?
Probablemente en México o el sur de Francia porque ahí es donde tengo muchos amigos, así que realmente la pasamos bien. Pero también Tailandia es interesante. Depende sobre todo de la gente con quien trabajes porque realmente se transforma en tu familia, pasás siete días a la semana con ellos. Mientras más grandes son los filmes más experimentada es la gente con la que trabajás y se disfruta más. Cuando empezás, trabajás en películas que no tienen mucha plata y son mucho más difíciles, pero cuando llegás a películas más grandes todos han ido haciendo ese trabajo por mucho tiempo, así que es más divertido.
¿Has visto alguna película argentina?
Mmm... no. Vi “Diarios de motocicleta” y me pareció hermosa, pero no llegan muchas películas argentinas.
El crítico de Venecia: tragicomedia en varias funciones
El mercader de VeneciaTítulo original: The merchant of VenicePaís: Estados Unidos-Italia-Reino Unido-LexemburgoAño: 2004 / Duración: 2 horas 18 minutosGuión y Dirección: Michael RadfordBasado en: “El mercader de Vencia” de William ShakespeareIntérpretes: Al Pacino, Jeremy Irons, Joseph Fiennes, Lynn CollinsPor Dregan RemetzSala: Village Cinemas / Fecha: 2 de febrero de 2006
Nos sucede a menudo que al llegar a la sala percibimos la furia de las demás personas: “Ah, los críticos de cine, ¡qué seres mezquinos! -parecen pensar- ¿quienes creen que son? ¿con qué derecho hablan de esa manera? ¿por qué destruyen, los viernes, en sus columnas las películas que nosotros hemos adorado el jueves por la noche?” y sus ojos furibundos se llenan de animosidad. Desconocen los coléricos, al acusarnos de insensibles, las penurias de la profesión, en especial olvidan que no siempre contamos con credenciales y que debemos abonar nuestros tickets al mismo importe que un Don Nadie. Somos, en consecuencia, no solo víctimas de un sistema fatal que impone un precio atroz al franqueo de la puerta, sino también de los demás asistentes, cuyo despecho es fogueado por los empresarios con el objetivo de destruir nuestras reputaciones y doblegar con el miedo nuestros juicios para conseguir un ejército de fieles servidores (en cuanto comprueban que uno pertenece a sus filas lo agasajan con funciones avant-première, credenciales y merchandising original).
En este estado de contusión emocional llegamos a un moderno complejo de cines ubicado en nuestra ciudad. En esta oportunidad vamos a apreciar el nuevo transvase de un texto shakespereano a la pantalla grande: se trata de la controversial obra “El Mercader de Venecia”. Como una ironía del devenir de la lengua, debemos advertir al lector desprevenido que ha corrido mucha agua debajo del puente. Muchas voces en pro, muchas otras en contra, siglos de airadas defensas y acalorados ataques preceden al estreno de esta pieza. Claro, Al Pacino, otra vez y, claro como el agua, millones de dólares en ambientación...ya tenemos todo lo necesario para asegurar el éxito de la película: polémica, un actor con fama de “autoridad en Shakespeare” y apretados corsés que aseguran una buena dosis de erotismo fetichista, sólo por si algún distraído entra a la sala equivocada (el gran Shakespeare puede satisfacer a todos, ¿no?). Allí vamos nosotros, nuestra conciencia profesional intacta a pesar de los golpes y nuestros bolsillos vacíos.
Ya en la fila para ingresar nos parece reconocer a los compañeros de sala, ese sector exquisito que ostenta su magnífica cultura asistiendo a una función como la que nos toca, esos que saben apreciar en su justa medida esta clase de circunstancias que se presentan una, o a lo sumo dos, veces por año: caballeros que conversan distendidamente sobre arte y política mientras fuman y señoras nobles que evocan entusiasmadas un rosario de films vistos anteriormente. Abundan las alabanzas a Pacino.
Nosotros modestamente nos apechugamos en un rincón a escuchar. Si es que hemos visto alguna de esas películas, jamás conseguiríamos arriesgar unas interpretaciones tan intensas: ¿merecemos ser llamados “críticos”? ¿no son más dignas del apelativo las nobles matronas que no pierden jamás la oportunidad de ver, de vivir, una de estas notables producciones que para nosotros no son otra cosa que objetos donde recrear nuestra curiosidad y de donde extraer el más epicúreo de los placeres? ¿no son ellas, amantes incondicionales de los Clásicos, las que deberían poseer el dorado (aunque, como hemos aclarado anteriormente, muchas veces tortuoso) título de Crítico de Cine? ¡Ah matronas mías con qué justas palabras me hacéis dudar de mi idoneidad!
Atravesamos el largo pasillo alfombrado apesadumbrados por la crisis de identidad laboral: estas discusiones de zaguán nos sumen en un estado que presagia tempestades... nuestro sueño de noche de verano se hunde en el fango inmundo de la desesperación frente a esas fierecillas indomables. El candybar, que nos sonríe irónico mientras abraza a las dignas señoronas, profundiza mucho más la crisis. Nos alejamos avergonzados, imaginando palomillas de maíz atascadas en nuestras encías, que permanecerán vacías: ¿puede uno considerarse amante del séptimo arte sin una bolsa para devorar durante la función?
Ya en la sala ocupamos nuestra butaca. A decir verdad no es exactamente la nuestra: un distraído asistente, un engominado muchacho de cuarenta, desprevenido, ha posado su humanidad en J-6, que es exactamente la locación estampada en nuestro billete. Dudamos un momento (el que nos lleva trasladarnos desde J-1 hasta J-3) entre increpar al hombre de manera violenta o hacerlo suavemente. Finalmente y recordando el maldito tratamiento de control de ira, nos sentamos en J-4 (J-5 está ocupado con su suéter de hilo blanco, el que traía anudado al cuello a pesar del calor), aunque si hubiéramos sabido podríamos haber entrado por la otra puerta para ocupar J-8 o K-7 para quedar mejor ubicados frente a la pantalla. Siempre nos preguntamos lo mismo: ¿somos los críticos los únicos en respetar los asientos preasignados? No, la verdad es otra: es sabido que los vendedores de tickets tienen órdenes de sus superiores (y les causa placer obedecerlas) de vender dos veces el lugar que ocupará el crítico. Es este uno más de sus terribles ardides de coacción, pues conocen perfectamente nuestra necesidad de orden.
Las luces se debilitan y nuestro encono también: la magia del cine es sagrada.
La película se abre con una serie de datos históricos que buscan zanjar las discusiones sobre si la intención del director es buena o es mala. Claro que los contemporáneos del bueno de William no necesitaban nada de esto. Afortunadamente una de las señoras cultas que está cerca nuestro nota semejante profanación perpetuada por el guionista y lo comenta a su acompañante a media voz para que todos podamos, gracias a Dios, escucharla y aprender un poco más: “esto no está en la obra”, dice señuda, con seguridad quirúrgica.
Una pareja de tortolillos, futuro señor engominado y futura erudita de hall como los que ya hemos conocido, se hacen arrumacos detrás...sin duda no han percibido que la sala está ya a oscuras y que la película lleva cinco o seis minutos. ¡Ah, el amor! ¿Acaso no es hermoso contemplar a estos niños amarse, olvidados de todo? ¿No es tierno que tapen con sus “te quiero” los de los personajes de la obra que hemos ido a ver? ¿Quién se molestaría? ¿Y qué decir de aquél pobre hombre, dos butacas más adelante, que olvidó apagar su celular (del cual ha llagado a ser mucho más esclavo que de cualquier reloj que haya descrito Cortázar) que ahora suena y que él no puede dejar de atender? “Estoy en el cine” oímos que susurra “decime que necesitas” propone abnegado: sentimos una imperiosa voluntad de preguntarle si necesita nuestra ayuda. No la ofrecemos por miedo a no estar a la altura de las circunstancias.
Otra víctima: una de las matronas que estuviera secuestrada en el candybar debe ahora ocuparse de vaciar una bolsa de papel. La pobre mujer debe hundir una y otra vez, de manera mecánica, sus dedos regordetes en la blanca y acolchonada multitud de pop-corn. Los hunde y los levanta para llevarse a la boca la masa blanca y almibarada y los tritura rítmicamente. En la penumbra, conmovidos, olvidamos la película y, pensando en la pobre señora, en su dolor por la molestia que causa con la bolsa de papel, en su sacrificio al mover las mandíbulas sin poder evitar que todos oigamos los gritos de las palomillas desmenuzadas, repetimos nuestra pregunta: ¿puede uno considerarse amante del séptimo arte sin una bolsa para devorar durante la función? La mujer prefiere olvidar su estricta dieta con tal de no pecar por omisión.
¿Y el Mercader? Sin dudas no nos parece una gran versión. Nos gustan muchos los corsés y también la interpretación de Pacino. Pero por momentos nos asfixia la eterna cara fruncida de Irons. La película se vuelve mínima: ¿qué importancia puede tener si junto a nosotros el pobre ser del celular es otra vez importunado por un anónimo esclavista? ¿y la bolsa sin fondo a la que ha sido condenada la señora de atrás? ¿y qué puede ese amor impostado por los actores frente al de la pareja aquí y ahora, tan cerca que casi podemos sentir el calor de sus respiraciones en nuestro rostro?
Coda
Promediando estos párrafos, que redactamos mentalmente en la sala, sentimos como un hielo en el corazón conmovido por todo lo que nos rodea la furia infatigable de la que hemos hablado al comienzo. Nuestro ánimo se hunde desesperado imaginando las miradas furibundas y las lenguas sangrantes de hiel que nos buscan en la oscuridad. Miles de veces nos han increpado así: “¡Oh crítico! fanfarrón ignorante ¿por qué te ocultas en esas palabras huecas y te arrogas el derecho de destruir los films? Ser amargo y falso, prestamista de elogios, ¿no puedes vivir y dejar vivir? ¿Por qué, carnicero, debes cortar de tu víctima una libra de carne y presentarla mutilada así, desfigurada y moribunda, a los demás?”.
¿Cómo responder? Nos han infamado en todas partes como a una raza maldita y ¿por qué razón? Somos Críticos. Un Crítico ¿no tiene ojos? ¿No tiene un Crítico manos, órganos, dimensiones, sentidos, afectos, pasiones? ¿No se alimentaría si pudiera con las mismas palomitas, no es herido por las mismas armas, no está sujeto a las mismas enfermedades, no se cura por los mismos medios, no se enfría y se calienta con el mismo documental y el mismo thriller que vosotros? Si nos pincháis con un drama, ¿no sangramos? Si nos hacéis cosquillas con una comedia de enredos, ¿no nos reímos? Y si nos ofendéis con un guión pésimo ¿no nos vamos a vengar el viernes en nuestras columnas? Si somos como vosotros en lo demás, nos parecemos a vosotros en eso. No nos acuséis de lo contrario.
¿El film? Allí yace, abandonado sobre la pantalla. ¿A quién le interesa?