BAFICI 8: La carrera
Por Ariel Benasayag
El ritual del BAFICI (no conozco el de otro festival) comienza todos los días alrededor de las 9:50, cuando prensa y público se aglutinan en las puertas del Abasto más cercanas a los cines, todavía cerradas. Del otro lado, agentes de seguridad del centro comercial comienzan a desfilar detrás de las transparentes puertas; paralelamente la pequeña comunidad exterior se mueve de un lado para el otro, siguiéndolos en ritmo y dirección con el más grotesco de los disimulos. El móvil es descubrir cuál de las más de diez puertas abrirán primero y, claro, estar en la primera fila cuando eso suceda.
A su vez, el doble motivo de semejante rutina es conseguir entradas para las funciones deseadas (porque las entradas para la prensa se agotan y rápido) y llegar a tiempo a la primera proyección privada, que comienza puntualmente -y esto la hace la única entre todas las de la jornada- a las 10:15.
En el exterior crecen la ansiedad y los nervios. Ya se puede observar quienes apelarán a su juventud y buen estado físico para lograr su cometido. En esta competencia de nada sirve la estrategia, ni la reputación periodística.
A dar las 10:00 uno de los agentes se aproxima a la puerta elegida y la comunidad de acurruca. Se perciben risas nerviosas, maliciosas y frustradas. Los que quedan primeros se enlistan para la gran carrera. De entre ellos, los más profesionales pierden sus miradas más allá del gigantesco shopping, en las puertas transparentes del otro lado: saber antes que nadie si los competidores que ingresan por la vereda de enfrente entrarán primero es una información indispensable para adelantar los resultados de la carrera. Los que quedan más atrás -casi fuera de competencia- se resignan a deleitarse con la estampida que se avecina.
Acción! Admirables cronistas y pelagatos de las más prestigiosas publicaciones nacionales e internacionales y otros acreditados corren como jamás lo hicieron por la fría pista de grandes baldosas grises. Muchos quedan atascados en la puerta, otros impedidos en el primer obstáculo: las escaleras. En ediciones anteriores de Festival pudo observarse a un camarógrafo de la organización registrando la imperdible corrida, tal vez para perfeccionar las características de la competencia en años posteriores, tal vez para realizar una película ganadora en otra edición del BAFICI.
A metros del final de las escaleras está el stand de las entradas, el podio. Hoy llegué tercero, hazaña que logro por primera vez seguramente porque, a diferencia de muchos otros, ya estaba al tanto del rito (muchos otros que mañana se convertirán en despiadados rivales) y todavía me quedan ganas de correr por un película.
-Hoyts 8 a las 11:00, Hoyts 10 a las 22:45 y Hoyts 11 a las 01:15-.
Bordeo la larguísima cola que se ha formado en torno al stand con mis tres entradas de bronce. Sólo me falta obtener la de una función (sólo podemos retirar tres entradas por día), que horas más tarde me hará llegar una madre revendedora que intentaba recuperar el dinero que su ausente hijo le hizo gastar.
Tres documentales. Este festival es una maravillosa oportunidad para degustar documentales de variada calaña e interesantísimas y poco frecuentes temáticas. Películas a las que por lo general no se tiene acceso en nuestro país y seguramente no se tenga nunca. Mis primeras tres elecciones de la segunda jornada fueron (más por casualidad que por planificación) tres de estos films, afines en las bases de su realización: las voces de otros.
Tras encontrar viejas filmaciones de sus padres, miembros de una organización filantrópica internacional que contribuyó al establecimiento del Estado de Israel en 1948, Elle Flanders decide viajar a ese país para observar de cerca el conflicto de Medio Oriente, a través de los ojos de dos parejas homosexuales: un plomero israelí, activista político y trabajador social por voluntad propia, y su ayudante palestino, ilegal en Jerusalem que vive de arresto en arresto; y una joven israelí de padres argentinos empleada en una organización que asiste a mujeres maltratadas, y su compañera, una enfermera palestina. La directora aprovecha las cintas del "tour filantrópico" de sus padres para comparar al Israel de los setentas con el de nuestros días, centrándose en las opiniones y acciones particulares de estos entrevistados sobre el conflicto. El feliz resultado es "Zero degrees of separation" (Canadá, 2005), su primer documental.
Las palabras más interesantes vienen principalmente de las mujeres, también activistas políticas: las ideas de que la violencia está instalada en la sociedad israelí casi sin que la misma sociedad lo note (por acostumbramiento dicen) y de que ésta no para de engendrar más violencia son las más fuertes, incluso en las imágenes. Desde el punto de vista más personal sorprende como resuelve cada una de ellas el problema de la responsabilidad y la culpa frente al conflicto en general y los permanentes choques.
Si algo puede cuestionársele a Flanders es la sensación de ingenuidad que resulta de los contrastes entre las imágenes de los setentas y las de la actualidad. Aún cuando las cintas de sus padres funcionen sólo como una excusa que da lugar al documental, su integración final tiene algo de gratuito: mientras ella viaja por Israel con entrevistados que participan de manifestaciones, que cuestionan a los soldados, que son ciudadanos israelíes y viven allí como una minoría sexual, sus padres lo hicieron en un colectivo turístico repleto de millonarios generosos venidos de América del Norte, seguramente en una visita oficial perfectamente organizada para evitar cualquier descontento.
Calificación: 3 Nanitos y medio.
"Zizek!" (Canadá, 2005) es un documental sobre las ideas del filósofo contemporáneo Slavoj Zizek -esloveno de nacionalidad, lacaniano-marxista de afiliación teórica-, la cuales no transcribiremos aquí ni siquiera a modo de introducción. No sólo porque me resulta imposible reproducirlas aunque sea esquemáticamente sino también porque en el intento seguramente arruinaría la sensación que dejan cuando fluyen de su incesante verborragia.
Durante 69 minutos acompañamos a la documentalista Astra Taylor (¡Que vivan las documentalistas canadienses, che!) en su registro de cada palabra, gesto y movimiento hiperquinéticos de este monstruo del pensamiento, en su casa, en su estudio, en la calle y en conferencias realizadas en diversas universidades del mundo (entre ellas la UBA). Zizek no para de habla sobre el amor, la filosofía, la popularidad, el cine, la izquierda, la revolución, para mencionar algunos de los temas que parecen apasionarlo.
Para quienes tengan la suerte de disfrutarlo en DVD, además de verlo repetidamente en placentero y enriquecedor debate, recomiendo la escena en que mira televisión junto a su pequeño hijo, justo antes de analizar su modelo de mundo en base a la disposición de sus juguetes. Brillante, y absolutamente loco.
Calificación: 4 Nanitos.
Ya de noche y después de un merecido descanso llegó el turno de "The aristocrats" (Estados Unidos, 2004), de Paul Provenza. Actor de papeles secundarios en cine y televisión, Provenza debuta con un documental que escarba en la obscenidad más escatológica que la comedia norteamericana haya podido pronunciar jamás.
El hecho es que en Estados Unidos existe un viejo chiste que parece ser al humor lo que el jazz a la música: una estructura básica y pura improvisación, de mejor o peor calidad, de unos poco minutos o algunas horas de duración, según el intérprete. Una simple introducción, el desarrollo improvisado y el imprescindible remate. Para comprender su magnitud, diremos que se trata de un chiste que permite a todo comediante revolcarse impunemente en la suciedad más asquerosa del ser humano y divertir incluso a su público más difícil: sus colegas.
Por "The aristocrats" desfilan los mejores de la comedia norteamericana: Jason Alexander; Hank Azaria, Drew Carey, Whoopi Goldberg, Paul Reiser Chris Rock, Robin Williams, ente los más famosos. Todos y cada uno contando el mismo chiste y haciendo gala de su más escatológica faceta, la que nunca vemos en televisión. Incluso el gordo Cartman de Southpark cuenta su versión, y Bob Saget -enternecedor protagonista de la comedia familiar "Full house"- se revela como uno de los mejores creadores de vulgaridad del país.
¿El chiste? No. Este no es el lugar apropiado para semejante sarta de barbaridades, aún cuando se trata de una obra de la más fina aristocracia.
Calificación: 4 Nanitos y medio.
Y una de terror. No es un secreto a guardar que no soy un amante de las películas de terror -ni siquiera un mero observador distante del género-. El motivo es el miedo que me produjeron estas cintas de chico, mismo miedo que conservé intacto en la adolescencia y que llevo hoy en día conmigo a donde quiera que voy. En cierto sentido, es algo paradójico el círculo en el que quedé encerrado: el objetivo de las películas de terror es entretener causando pánico; pero como personalmente prefiero no regalarme al terror, ese mismo miedo me alejó del horror y me impidió convertirme en un admirador del género.
Miedoso o no, la medianoche del jueves me encontró sentado en una sala repleta y expectante con la nueva película de John Carpenter, maestro del terror. Se trata de "Cigarette burns" (Estados Unidos, 2005), película de una hora de duración filmada en video y perteneciente a la serie "Masters of horror", hechos que señalan que se tratar de un telefilm o similar.
"El cine es magia; pero en las manos correctas es un arma" dice el difunto director de "El fin absoluto del mundo", película de una sola y trágica exhibición en la que los espectadores despertaron a la más sangrienta de las violencias que el séptimo arte ha visto. Un millonario coleccionista contrata a un endeudado dueño de una sala de cine para que le consiga la única copia del film.
Personalmente me fascina cuando el cine habla de sí mismo y simultáneamente nos muestra ese diálogo en imágenes. Aquí Carpenter lo hace en una excelente película que tiene terror y vísceras (intestinos en realidad).
Me la pasé agarrado a la butaca. Y a la manija de la puerta del taxi, a la pared del ascensor y la cabecera de la cama. ¿Gracias?
Calificación: 3 Nanitos y medio.
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