Embalsamados del mundo, ¡despertad!
El aura
Título original: El aura
País: Argentina / Año: 2005 / Duración: 2 horas 5 minutos
Dirección: Fabián Bielinsky / Guión: Fabián Bielinsky
Intérpretes: Ricardo Darín, Alejandro Awada, Dolores Fonzi, Jorge D’Elía
Por Dregan Remetz
Sala: Village Cinemas / Fecha: 22 de septiembre de 2005
Sin duda el fabuloso mundo de la taxidermia nos ha impresionado a todos. Alguna vez, durante la infancia, nuestros padres nos llevaron al museo de Ciencias Naturales a contemplar de cerca a esos animales muertos que parecen vivos. Tuvimos la posibilidad de analizar de cerca sus pelajes y de horrorizarnos con sus fieras expresiones. En especial los pumas, siempre con sus músculos flexionados y dispuestos al ataque mortífero. Incluso, si hemos sido afortunados, hemos podido observar los efectos de la polilla sobre esas pieles y, pero esto ya como una excepción única, quizás pudimos apreciar que los ojos son plásticos y que con el tiempo se descosen otorgando al animalito muerto el estatuto de peluche gigante. Esto último ha colaborado a paliar las pesadillas.
En esta película podemos ver el otro lado de ese mundo, el del obrero taxidermista. Darín encarna a este ser, relleno de secretos (por cierto ¿qué taxidermista le puso esos ojos a Ricardo?) y de fantasías. Es en apariencia un ser chato, que casi no puede relacionarse con el exterior, un hombre cuyos reflejos están completamente anestesiados. Sin embargo hay un “sin embargo”, un pero que nos aleja del cine neorrealista: el hombre está lleno de una vida interior fortísima. Incluso antes de saber que es epiléptico sabemos que se pasa los días imaginando robos y recordando hasta los más mínimos detalles de todo para llevar a cabo esos planes.
La sala está a oscuras y la gente observa los movimientos del actor argentino del momento. De pronto, porque, y esto digámoslo sin rodeos, la película es bastante lenta en especial para verla en trasnoche; de pronto, digo, me asalta un pensamiento: ¿qué pasaría si comienzo a gritar en el cine? sí, gritar y sacarme la ropa....creo que todo el mundo quiere hacer eso, destruir una convención: “en el cine hay que guardar silencio”, no señores, acá estoy yo y lo hago, me quito la remera y comienzo a gritar ahhhhhhhhhhhhh... al principio la gente me mira indignada, algunos, los que se estaban aburriendo con la película, sonríen tímidamente. Entran los empleados y comienzan a perseguirme, pero yo soy muy atlético y me les escurro saltando de butaca en butaca y pisoteando espectadores. Doy muchas vueltas, muchas muchas, más que Aquiles y Héctor a la divina Troya, los pongo en ridículo a ellos, que con sus handies y sus pochoclos (que aquí se llaman Pop-corn y que han sido convertidos en proyectiles acaramelados) no logran detenerme. En un momento resbalo y me están por atrapar (“ay-ayay” pienso), ya los tengo encima y en medio de la expectación general por lo que sucederá, se escucha en la otra punta de la sala un ahhhhhhhhhhhhhhh....todos petrificados. Inmediatamente una emoción me recubre el corazón, he allí otro cuestionador de las costumbres impuestas, esta vez del sexo opuesto: ¡Es una muchacha! ¡y revolea sus senos en la sala para todos los presentes! Tanta generosidad me conmueve. La estupefacción es mayor que cuando comencé yo y aprovecho para escabullirme de mis captores y volver a correr en círculos, seguido ahora de la chica. Un hombre, sentado en una de las filas laterales se levanta y se nos une. Poco a poco todos dejan fluir sus instintos reprimidos, todos somos niños, incluso los empleados del cine, todos corremos desnudos, completamente desnudos y la película...
Un fuerte ruido me sobresalta. El taxidermista acaba de llenar de plomo a Dietrich (nota mental: desnudarse algún día en el cine, puede ser divertido): nuestro hombre acaba de matar a otro hombre por accidente durante una cacería en el sur. No se inmuta. Encuentra una extraña casucha donde se esconde un secreto. Como por arte de magia se van descubriendo, lentamente, muuuuuuuy lentamente, ciertos detalles de un plan: el robo al... ¿qué fue eso? me han susurrado al oído: “¡sígueme!” fue lo que dijeron. Miro hacia atrás, la puerta se cierra lentamente, alguien acaba de salir. Vertiginosamente me pongo de pie, salgo, sigo a un hombre que me habla del complot, me pregunta por qué llevo esa corbata, quién me la dio, que él no quiere saber nada. Le explico, más bien: miento. Estamos en una bodega, cajas viejas se apilan, me habla del plan, el maldito plan, el no quiere saber nada. Alguien entra en escena, me pide que me calle, que me quede quieto en mi butaca, que por si no me doy cuenta estamos en el cine.
Atónito observo cómo el plan con el que soñaba el taxidermista se concreta a pesar del taxidermista, que el destino lo elije siempre. Pero en el momento en que las cosas van a darse...la epilepsia. El Aura (así se denomina al momento previo a un ataque, en el que los sentidos se afinan y perciben lo que ordinariamente pasa desapercibido)...siento que estoy por perder la noción de los hechos, la película me gusta, pero es larga...la gente a mi alrededor, las butacas, el haz de luz del proyector, la pantalla, una mosca posada sobre el batido de la mujer de la butaca 7 de la fila j, todo gira, gira, gira, gira...cuando recobro el sentido, los guardias del camión de caudales intercambian sus balas de utilería con las de los chicos malos y Darín llega tarde y todos están muertos o heridos o lo estarán pronto. Destripados. Corro y le pregunto a Ricky si está bien. Le doy un abrazo: ya lo sabemos todos, su mujer lo abandonó y le dejó ese extraño perro de ojos dispares. Esperemos que no se le caigan. Ahora que lo hablandé intento convencerlo: “che Richard, escuchame quiero que trabajemos juntos, creo que podemos llevarnos bien, nos complementamos, por ejemplo podemos...podemos...” –repentinamente me ilumino- “¡oia! ¡ya sé!, ¿vos escuchaste hablar de la Nueve Reinas?” sus ojos se abren mucho, casi pienso que ese azul profundo se le va a rebalsar de la cara como un tsunami de ojos, que me voy a ahogar en esas dos pastillas lisérgicas... Es verano y caminamos por la rambla y mientras él me dice “¿ves aquél? pungista ¿y aquél oportunista? ¿y aquél...” yo sueño con nueve reinas asiáticas danzando en mi cuarto...
La película termina. Mientras los títulos se desparraman y me recupero de las emociones, un hombrón viene caminando de frente. Trae una gran bolsa de pop-corn muy adecuada a su tamaño entre las manos y conversa con un grupo de 5 ó 6 compañeros. Su voz destaca entre las otras: “otro bodrio argentino” se queja. Los demás asienten. Al principio no, pero después sí, me enojo. Reacciono a tiempo: “bodrio argentino, les voy a dar”, me levanto y les parto unas cuantas butacas por la cabeza, les incrusto a presión las palomitas de maíz por los oídos, les arranco los pelos de la nariz y, extasiado, agarro al hombrón y le golpeo la cabeza que, como no podría ser de otra manera, suena como la bocina de mi auto. Estoy afuera, en la playa de estacionamiento. No hace frío pero casi.
A mí me gustó ¿y a usted?
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Volver al Inicio