martes, diciembre 06, 2005

Otro día en la eskuela

Los edukadores

Título original: Die fetten jahre sind vorbei
País: Alemania-Austria / Año: 2004 / Duración: 2 horas 7 minutos

Dirección: Hans Weingartner / Guión: Hans Weingartner y Katharina Held
Intérpretes: Daniel Brühl, Julia Jentsch, Stipe Erceg

Por Dregan Remetz

Sala: Cine Universidad / Fecha: 29 de noviembre de 2005

Decir “vamos al cine de la Universidad” no es lo mismo para nosotros que decir “vamos al cine”, a secas. Esta sala es un paralelomundo donde hemos crecido, donde hemos olvidado nuestros problemas muchas horas por semana, donde, por si es necesario que lo aclaremos, hemos visto cine. Este querido suburbio cinematográfico, antiglobalización cinéfila, está ubicado en el mismísimo centro de la para nada antiglobalizante ciudad de Mendoza. Este ídolo del celuloide es mucho más que un cine en nuestra vida. Es una siempre generosa e inquietante posibilidad.

Llegamos a la sala llenos de expectativas. Sabemos que estamos a punto de ver uno de “los controversiales”, uno de esos filmes que ponen en evidencia nuestros andrajos y que nos golpean fuerte fuerte como una correntada de aire gélido en las paspadas narices. Una película que muchas señoras seguramente calificarán de “fuertísima” mientras se toman un café con masitas en la avenida Emilio Civit (por cierto: estas señoras no van al Cine Universidad). Es uno de los eventos cinematográficos del año. En nuestros estómagos miles de pequeños insectos cinesensibles se agitan expectantes. Al lado sentimos un “Viejo, es hora de pegar una película buena” y esta voz tiene toda la razón. Es hora, y quien dice que el día no es hoy.

Queremos ver cómo los jóvenes alemanes piensan que deben enseñar a los viejos ricachones a comportarse. Un inquietante cartelillo (“Tienen demasiado dinero”) ha sido dejado en medio del revoltijo causado en una mansión durante la ausencia de sus dueños, una emoción histérica gana nuestras humanidades. Adrenalina se llama: nos agarramos de la butaca como si fuéramos a 1000 km por hora. “Ahí viene”, pensamos. Después de tanta sequía las condiciones están dadas, una gran película se nos insinúa y ya no soportamos más la espera, queremos ver en acción a estos justicieros urbanos-siglo XXI.

La trama se desenvuelve. Una pequeña célula, que por algunos reaccionarios será calificada como tibia mientras que otros reaccionarios la considerarán una amenaza, se encarga de “edukar” a los rikos kebrantando sus hogares y dejando pekeños mensajes intimidantes (uno de los cuales hemos ya citado). Estos muchachos, que actúan en secreto son idealistas: en un momento de la película uno de ellos increpa a su compañero por haber tomado un reloj de 5000 euros: “si nos convertimos en vulgares ladrones esto no tiene sentido”. Tiene razón, en especial por la parte del sentido.

Lentamente la película pierde sus atractivos, degenera: primero uno de los profesores se larga de vacaciones a España (y viaja por Iberia, que financió parte de la película: ninguno de los Edukadores hace mención de lo insalubre que resulta trabajar para esta empresa o de los negocios de Iberia en Argentina) y da lugar a que su compañero, Jan (Daniel Brühl), se enrede en un affaire muy tierno con su novia para dejar conformado el triángulo amoroso de rigor.

Desde este punto, las cosas previsiblemente, aunque con mucho esfuerzo por parte del director y de los actores (esto hay que reconocerles: el esfuerzo), logran complicarse hasta alcanzar su clímax cuando la nueva pareja tiene que recuperar un celular de una casa “edukada”. Allí son descubiertos por el ricachón al que, a su vez, deciden raptar, después de lo cual deben escaparse hacia las montañas. Durante este período de encierro y convivencia forzosa intentan justificar sus acciones con lamentables discursos aprendidos de memoria mientras el villano multimillonario los adoctrina a ellos hablándoles sobre el Mayo francés, del cual participó, y de su proceso de conversión en yuppie. Esta es la parte “ideológica” del filme.

Al promediar el espectáculo, con una lucidez simple pero demoledora, vamos comprendiendo que otra vez hemos perdido las apuestas, otra vez hemos tenido que soportar una película aburridísima y que deja, en lugar de la urticante sensación que nos habían prometido a priori, una pequeña picadura que neutralizaremos con una mínima dosis de Caladryl apenas llegados a nuestras moradas.

Es mejor hablar, para terminar felices, del cine Universidad, al que ya nos hemos referido al comienzo. Lo que nos deja la película es una metáfora: esta sala es la Edukadora de las multisalas mendocinas (que son mendocinas solamente porque están aquí, pero no porque les interese un corno Mendoza). Es la posibilidad (restringida, aunque no derrotada, cuando lo de la devaluación) de ver las películas que no implican millones, de ver las relegadas que pasan (cuando tienen suerte) sin pena ni gloria por las cadenas internacionales, y es la posibilidad de la gente de bien y de los críticos que no tenemos credenciales para el mundo dorado de los shoppings, de ingresar sin dejar una parte querida de nuestras humanidades en la entrada.

Esta es una sala ideológica, empática y nada sintética.

Y si lo que digo no es cierto, ¿por qué es que seguimos yendo después de casi un año de no ver películas de nuestro agrado? Es porque este cine es mucho más que un cine.

Acudiremos siempre (a menos, claro está que algún día seamos yuppies), aunque tengamos que soportar muchas películas como Los Edukadores, acudiremos por gratitud, porque entendemos que si este lugar nos dio todo lo que consideramos que nos dio, puede darnos aún más. Y los edukadores no son esos tres patanes que no saben qué es lo que desean, ni tampoco lo es ese viejo traidor (representante indigno de una de las épocas más sublimes para ser joven); el verdadero edukador es el cine Universidad.

Nos vamos con la cola entre las patas: la película es un fiasco más, pero hemos aprendido la leksión.

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