BAFICI 8: Maratón cinéfila
Por Ariel Benasayag
La contraindicación de hacer públicas por primera vez estas crónicas del Festival es que insumen mayor tiempo de producción y corrección que las mínimas anotaciones que desaparecen con el aire radiofónico. Se trata aquí de una regla de tres inversa: más tiempo en el teclado implica inevitablemente menos tiempo de película y, al revés, más tiempo de pantalla menos actualidad en las notas. El quinto día decidí dejar por un momento el procesador de textos de lado y darme un panzazo en este gran mar de celuloide que es el BAFICI, con descansos de no más de una hora entre película y película.
Antes de repasar cada función, no está demás aclarar al seguidor de estos comentarios que para el momento la mayoría de las impuntualidades y demás desperfectos del Festival parecían haberse corregido y no había motivos para pensar que volverían. Ciego fui al creer que los problemas de organización alguna vez desaparecen y no simplemente se transforman, que fue lo que ocurrió también en este caso.
El día comenzó con “Alma mater” (Uruguay-Canadá, 2005), grata sorpresa de Álvaro Buela. Digo “sorpresa” porque me senté en la sala sin saber quién era el director o de qué trataba la película, integrante de la Selección Oficial internacional pero extrañamente fuera de competencia. Las paranormalidades no terminaron allí.
Pamela es una ferviente creyente, suficientemente tímida y bastante mojigata. Su vida en Montevideo transcurre entre su trabajo de cajera de supermercado, la casa que habita junto a una señora de iguales ideas religiosas y la Iglesia de las Heridas de Jesús que lleva adelante un pastor brasilero de esos que pasan las noches hablando en radios ilegales. Eso y las calles y colectivos que toma para ir de un lugar a otro todos los días. Con frecuencia visita el geriátrico en el que vive su vieja madre. Más allá de la relaciones que se pueden deducir de sus actividades, la protagonista no tiene relación alguna con nadie; nadie terrenal por lo menos.
Tras la aparición de extraño de sombrero y sobretodo negro y la casual amistad con un travesti, la virgen comenzará a percibir señales místicas en sueños y delirios, que la llevarán poco a poco a saber cuál es su misión en la Tierra del Señor.
Tan particular como lo que ocurre en la película es su lugar en el cine uruguayo actual, bastante contagiado por el mejor nuevo cine argentino que, aunque siempre agradable, bastante uniforme y monotemático. Tal vez lo que más se disfruta en “Alma mater” sea su correcta realización, coherente a su temática, que se puede observar en el hecho de que en la película todas las frases cotidianas alcanzan una nueva significación, orientada por el misterioso ambiente paranormal que construye Buela.
Calificación: 4 Nanitos.
Había escuchado en las colas de prensa que “En el hoyo” (México, 2005) de Juan Carlos Rulfo (sí, se trata del hijo del maravilloso autor de “Pedro Páramo” y “El llano en llamas”), era un excelente película. Como buen seguidor de la opinión pública, hice un lugar en mi zambullida cinéfila para este documental sobre la construcción de un inmenso puente en medio de México DF. No sabía, claro, que la “contra-organización” atacaría de nuevo.
Habían pasado apenas quince minutos cuando una ráfaga de calor infernal bajó por los pasillos y se coló entre las butacas. Inmediatamente la proyección se detuvo, las luces se encendieron y desvergonzadamente se abrió paso en la sala nuestro mensajero del mal augurio de turno: -Los rollos de la película llegaron desordenados desde otro festival, así que lo que están viendo en realidad no va ahí. Vamos a suspender esta función y a reprogramarla para mañana, o pasado-.
Estamos en Comala.
-Es una película chiquita que los críticos del mundo están tratando bien, como a un cachorrito-. Estas fueron las palabras con las que el director Robert Brinkmann presentó su documental en horas de la siesta.
La postal de presentación de “Stephen Tobolowsky’s birthday party” (Estados Unidos, 2005) entusiasma: “¿Qué tienen en común Mississippi en llamas, El día de la marmota, Thelma & Louis, Memento y El ladrón de orquídeas?”
(Vamos, arriésguese. ¿Qué cree usted que es?)
¡Correcto! Stephen Tobolowsky. Un actor de papeles secundarios que ha trabajado en más de ciento cincuenta películas y programas de televisión norteamericanos (parece bastante obvio ahora que vuelven a leer el título de la película, ¿no?)
Las luces de la sala se apagan. En la pantalla aparece… ¡Slavoj Zizek!
Por un instante me alegro de que el verborrágico filósofo esloveno protagonista del documental que vi hace unos días aparezca también en esta película. Pero en el fondo se que se trata de la mismísima cinta de “Zizek!” y de una bastante cómica equivocación del proyectorista. La encargada de los subtítulos (porques ninguna de estas películas tiene subtítulos en español en la copia y entonces aparecen en carteles de puntos rojos debajo de la pantalla) corre alarmada a avisar de error.
Ahora sí, Tobolowsky. En realidad, la voz del director sobre la ciudad de Los Ángeles. Brinkmann parece sincero. Nos cuenta que conoce a al actor desde hace varios años, que siempre había querido que su amigo contara las anécdotas que él disfrutaba escuchar una y otra vez en una película suya. La oportunidad llegó en su quincuagésimo cuarto cumpleaños de Tobolowsky y el resultado es este documental en el que este simpático personaje cuenta en escenas casi sin cortes sobre el día que fue asechado por un tiburón, sobre su nominación como la persona más cool de Los Ángeles (nótese que Tobolowsky debe ser una de las personalidades menos cool del mundo entero), sobre la relación con su esposa y el nacimiento de su primer hijo. También hay anécdotas de rodaje (como cuando le toco ser descuartizado por pirañas mecánicas en un estanque) y tras bambalinas.
Tobolowsky es un buen contador de historias. Mantiene la atención de su público, entretiene y cada tanto roba una carcajada con un gesto exagerado. Casi todas sus desventuras terminan con un aprendizaje, que aquí funciona como enseñanza o moraleja. De veras se trata de una película pequeña que no puede caer mal a nadie.
En el espacio de las preguntas post-función el director nos cuenta que con el último plano -que se aleja de Tobolowsky mostrando a su íntimo público y una de las cámaras que lo registraban-, pretende transmitir que todos tenemos historias que contar. Minutos antes, un afortunado caballero se ganaba un póster de la película autografiado por el protagonista que el director prometió a quien hiciera la pregunta que rompiera el hielo. Mismo caballero que con esa sumo una nueva anécdota a su repertorio.
Calificación: 3 Nanitos y medio.
En Belzec, que junto a Sobibor y Treblinka fue uno de los primeros campos de exterminio nazi en Polonia, más de seiscientos mil judíos fueron asesinados sólo en un año. En 1943 el campo fue totalmente desmantelado y en el lugar, ubicado a escasos trescientos metros de la estación ferroviaria del pueblo de Belzec, los alemanes plantaron árboles.
Guillaume Moscovitz aprovechó las excavaciones arqueológicas -que buscaban develar la disposición exacta del campo y precisar las formas y números del genocidio- previas a la construcción de un monumento en ese lugar, como excusa para seguir sus propias huellas de lo ocurrido en ese pueblo durante la guerra.
“Belzec” (Francia, 2005) reúne las entrevistas que el director francés realiza a los habitantes del pueblo, ancianos que vivieron la masacre nazi de tan cerca que llegaron a sentir desde sus casas el olor de los cuerpos que se quemaban en el campo. Testimonios realmente valiosos de protagonistas olvidados por la historia: los habitantes del pueblo que levantaron el campo, que cocinaron el pan y administraron la llegada de los trenes a Belzec durante la ocupación alemana.
Moscovitz también registra las voces de la juventud, en su mayoría bastante indiferente a lo ocurrido en el bosque próximo al pueblo, y de los miembros de la resistencia que intentaron ayudar a las víctimas. Y aquí aparece el mayor valor de este documental: el rescate de la historia de una niña que vivió escondida de la matanza nazi en pequeño pozo durante dos años, narrada en sus propias palabras.
Calificación: 4 Nanitos.
La proyección de “Cinéfilos a la intemperie” (Argentina, 1989-2005) comenzó tarde y también dos veces por problemas técnicos. Pero el entusiasmo por ver este documental filmado en un desprolijo VHS entre 1989 y 1990 hizo que prácticamente no lo notara. Entre esos años, Carlos O. García y Alfredo Slavutzky filmaron las entrevistas del fallecido crítico Rodrigo Tarruella a algunos de los más grandes cinéfilos nacionales, sobre el estado de su pasión por esos días.
En la pequeña película desfilan críticos, realizadores y amantes, hablando de cómo se acercaron al mundo del celuloide, de lo que les causa miedo en una película y lo que les resulta obsceno, de su familia de directores fundamentales e incluso de qué es un cinéfilo, en el contexto de la muerte de los cines de barrio y el auge del video hogareño nacional.
Confesiones profundas y brillantes opiniones que en ningún momento dejan de producir cierta nostalgia y tremenda fascinación. Un recomendado, no sólo para los obsesivos y fetichistas amantes del celuloide.
Calificación: 5 Nanitos.
Es tarde y quedamos pocos en la sala de prensa. Apunto algunas ideas del día para desarrollarlas otro día. De la puerta que separa el box de las computadoras para acreditados de la oficina en la que se trabaja el equipo de prensa aparece una chica. Irrumpe en el silencio de los clicks del teclado ofreciéndonos café a los cinco o seis que quedamos. Boquiabiertos, aceptamos agradecidos. Más que por las ganas de tomar café -que igualmente siempre son suficientes-, porque estos milagros no suceden a diario por estos lugares. Balbuceamos aún con un dejo de desconfianza nuestra preferencia por los cortados.
Reviso el correo mientras disfruto del preciado brebaje. Casi hipnóticamente, olvido todos los contratiempos y disgustos del día.
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