lunes, abril 17, 2006

BAFICI 8: El descanso de los burgueses

Por Ariel Bensayag

A diferencia del Creador, elegí descansar el sexto día -que además cayó lunes y no sábado-. Después de dieciséis películas y varias crónicas sentía que estaba perdiendo la subjetividad para observar este fascinante universo, sin mencionar la capacidad de atención cinematográfica y la ya desde antes desgastada visión.

Así fue que programé una sola función para ese día: “La perrera” (Uruguay-Argentina-España-Alemania-Canadá-Francia, 2005), multitudinaria coproducción si las hay, dirigida por quien fuera el asistente de dirección de Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll en “25 watts” y “Whisky”: Manuel Nieto.

El primer largometraje de este director uruguayo transcurre mayormente en Rocha, pequeño pueblo en el que, como en todo buen exponente de este género, se práctica el chisme. Y la película comienza oportunamente con uno que no se podrá olvidar fácilmente hasta el final: entre los estancados jóvenes -y no tanto- del lugar, se dice que David fue adicto a la masturbación, al punto que tuvieron que hospitalizarlo por debilitamiento.

Nuestro protagonista tiene veinticinco años y no hace demasiado de su vida. Ha comenzado a estudiar varias carreras en Montevideo que ha abandonado con igual facilidad, y pasa sus días entre la cama (en la que lo acompaña una pequeña colección de revistas y a veces una historia de verano), el bar frente a la parada de colectivos y los cimientos de una casa que alguna vez comenzó a construirse en un terreno paterno. Esto, siempre acompañado por algún miembro de una inconstante y heterodoxa tribu integrada por un bohemio consumidor de hongos, un diarero vendedor de marihuana y varios albañiles de changa que no pueden despegarse del tinto de caja, o ni siquiera eso. Vive en la casa y con el dinero de un padre que, ausente la mayor parte del tiempo, no hace más que remarcarle su inutilidad con frustración, resignación y bastante desinterés.

Pero los días de gloria irresponsable del hijo comienzan a extinguirse cuando el padre confisca su pornografía y los apuntes de su última carrera, exigiéndole que termine de construir su casa; de lo contrario no habrá más estudio, ni casa, ni dinero.

“La perrera” fue, afortunadamente, suficiente para todo el día. No sólo resultó original su construcción, sino también su brillante mirada sobre este mundo de adolescentes errantes que transitan la frustrante imposibilidad de participar activamente en otro mundo, perdidos en la inevitable y permanente ensoñación tóxica.

Calificación: 4 Nanitos y medio.

Aproveché el tiempo libre de la tarde para participar de la primera mesa de debate del ciclo “¿Qué pasa con el Nuevo Cine Argentino?” coordinado por Andrés Di Tella y Sergio Wolf. El motivo era echar algo de luz sobre la discusión que abrieron varias revistas especializadas el año pasado respecto de la posible muerte e incluso de la total inexistencia de algo como un “Nuevo Cine Argentino”. Los panelistas de turno fueron Daniel Burman, Juan Villegas y Edgardo Cozarinsky, y Pablo Suárez ofició de crítico invitado, o muppet de balcón lateral al escenario en palabras de Di Tella.

Dejaremos las conclusiones de esta mesa y de las que seguirían martes y miércoles para otra ocasión, ya que no sólo requieren un tratamiento conjunto por la complejidad del tema, sino también por cómo se sucedieron las tensiones de una jornada a la siguiente.

Sin embargo, dada la posibilidad de que esta crónica conjunta nunca sea publicada por quien suscribe, vale la pena rescatar algunas palabras de la exposición de Daniel Burman, director de la recién estrenada “Derecho de familia”. El próspero director, refiriéndose a un texto del cuadernillo entregado para la ocasión, se quejó de las conclusiones de un autor que atribuía la muerte del fenómeno al aburguesamiento de realizadores de su talla y de la de Lucrecia Martel, entre los que recuerdo.

Burman tomó el micrófono y afirmó: -Acá esta el problema: el cine siempre ha sido un producto burgués, realizado por burgueses y para burgueses-. Justificó su pensamiento en los costos de las entradas y las obligaciones legales de la industria, para terminar preguntando: -¿De qué aburguesamiento están hablando? Si me permiten el buen uso de la palabra, siempre hemos sido burgueses. Su sentencia rebota en los recovecos de las imponentes cúpulas del Abasto, shopping.

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